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A vueltas con las rotondas

El lunes pasado mi compañero Antonio Teruel se hacía eco de un informe en el que se concluye que aumentan los puntos negros en la red viaria provincial y se duplican los heridos que se registran en ellos. Me llama la atención que otro año más aparezcan entre ellos tres rotondas cercanas al campus universitario de San Vicente del Raspeig. «Se han convertido en una de las zonas más peligrosas para la conducción en la provincia», según rezaba la información en relación a las cifras de siniestralidad. Tampoco es para sorprenderse. Los que tenemos el placer de circular por rotondas a diario „también llamadas redondas, por otros lares„ sabemos que es como una ruleta rusa. Te la juegas. Entras en una ratonera. En un ¡Sálvese quien pueda! En una ciudad sin ley. ¿Quién no se ha topado con un conductor o conductora que decide ir en línea recta a su destino, que no es otro que salirse por donde le interesa, aunque arrolle a los que circulamos correctamente por nuestro carril? ¿Quién no ha tenido que frenar para evitar una colisión? ¿Quién tiene la prioridad? Las glorietas se idearon para ahorrar semáforos y reducir la peligrosidad en las intersecciones, pero parece que el problema perdura. Y es que lo tenemos muy adentro: «Las normas están para saltárselas». Y si no, que se lo digan a nuestros legisladores. La teoría es una cosa y la práctica otra. En el caso de las rotondas vinieron para quedarse, pero muchos debimos faltar a clase cuando explicaron cómo sortearlas correctamente.

A saber, los derechos y obligaciones de toda relación contractual. Si preguntáramos a más de un conductor, podríamos descubrir el desconocimiento que hay sobre las mismas. Y es que hasta que no se inculque desde la más tierna infancia el respeto a las normas, seguiremos contando puntos negros.

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