Los Premios Ceres están a un tiro de piedra. Justos. Ecuánimes. Merecidísimos. El jurado de 2014 lo ha vuelto a clavar. Y puede que no estén todos los que son (sería imposible, los premios son limitados), pero lo que está claro es que son todos los que están. Baste citar a los galardonados en la categoría de mejor actor y actriz, a los que en esta edición deberíamos recibir genuflexos, en señal de respeto y admiración. Los trabajos de Lluis Homar en Tierra de nadie (Naves del Matadero) y de Kiti Mánver en Las heridas del viento (hall del Teatro Lara) fueron rotundos, perdurables. Casi noqueantes. Viéndoles, volvimos a sentir la magia de la escena. Esa magia que no se demuestra con palabras (esas que resuenan en las ruedas de prensa relativas al «el teatro nunca muere, el teatro es un acto vivo y eso es lo que la gente quiere ver», blablablá) sino con hechos. Con el alma. Soy uno de los afortunados que disfrutó de ambos duelos. Y suscribo totalmente el dictamen del jurado de críticos.

Por eso, por su tino y precisión, al César lo que es del César, hay que agradecer a Jesús Cimarro la iniciativa. Que en las primeras ediciones tuvo que pechar con numerosas críticas, junto al gobierno autonómico que lo ampara, por el presunto derroche que supone organizar esta gala. Pero, saben lo que les digo, que ni uno de los céntimos destinados a promocionar y a reconocer a los hacedores del mejor teatro cae en saco roto.

Qué pena que La 2 los vaya a emitir en diferido. De madrugada. Aunque sepamos ya el palmarés, es una noche para gozar en directo. Además, no olvidemos que será el jueves, la transmisión tardía provocará la supresión de Días de cine. Un desatino