Desde que me planteó Andrés Pedreño coordinar el Observatorio «Internet de las Cosas» en Euroresidentes, interiorizo cada vez más, si cabe, la necesidad, por parte de todos (Administración, empresas y ciudadanos), de comprometernos en el desarrollo de dicho fenómeno, «El Internet de las Cosas», como vía para una sociedad mejor y de futuro. Por ello, deseo compartir algunas de estas reflexiones.

La diferencia existente entre continentes, países o ciudades en lo que se refiere al comportamiento de indicadores económicos, de índices de bienestar social, de marcadores de salud, de nivel educativo y cultural, de preocupación medioambiental y de satisfacción de la población, la mayoría de las veces, es directamente proporcional al grado de innovación y tecnología que las administraciones públicas buscan, desarrollan e implementan en su día a día.

Empresas y ciudadanos están inmersos en un mundo cada vez más globalizado y competitivo, si bien, es la Administración Pública quien tiene la obligación de poner al alcance de todos las herramientas y los recursos necesarios para poder competir en el escenario actual. La tecnología y la innovación son recursos clave para tal fin.

Las ciudades (como átomo poblacional último) ante este reto, juegan un roll protagonista, y por tanto la Administración local, es decir lo ayuntamientos, son lo que deben ser proactivos en sus acciones y estrategias en beneficio de los intereses de los ciudadanos.

Puede decirse en puridad que, tanto hoy como en el devenir que nos espera, tecnología e innovación son y serán los principales activos de los empresarios y del propio gobierno para la promoción, la competitividad y el progreso. Así mismo, son un recurso clave para que ciudadanos puedan acceder y disfrutar de los recursos públicos y privados con una mayor eficiencia, facilidad y a un menor coste.

Quién se plantea hoy la aportación, para bien, que la tecnología y la innovación han proporcionado históricamente a la industria, la ciencia, la medicina, la educación, el deporte, el ocio, el turismo, etcétera. No hay sector en el que la tecnología no haya incrementado su valor con una clara y significativa repercusión en la calidad de vida de las personas. Y para ello, deben ser las administraciones públicas quienes ayuden a empresas y ciudadanos a adoptar dicho progreso; propiciando el entorno necesario. Hoy, ese entorno, es el denominado «Internet de la Cosas».

La tecnología ha permitido que, gracias al fenómeno Internet, puedan estar conectados todos lo objetos físicos, cotidianos que nos rodean, pudiendo así estar interrelacionados entre sí. «El Internet de la Cosas» busca, gracias a esta conectividad, que vivamos como hasta ahora, si bien, con una mayor comodidad y sencillez. Pues bien, implementar esa conectividad a los servicios públicos de una ciudad, es convertirla en una «ciudad inteligente» o lo que en la nomenclatura y jerga global se define como una «Smart City».

La acepción de «Smart Cities» define el nuevo paradigma de ciudades del futuro: ciudades sostenibles desde el punto de vista medioambiental y económico, cuyo objetivo radica en mejorar la calidad de vida de los ciudadanos a través de la conectividad de todo lo conectable a internet y accesible para el verdadero protagonista: el ciudadano, el «Smart Citizen», que es el motor y el alma de la ciudad.

El desarrollo de las «Smart Cities» es una oportunidad que las empresas españolas no pueden desaprovechar. No sólo nos jugamos el futuro de nuestras ciudades, sino ser pioneros en modelos y servicios que se puedan aplicar, escalar y replicar a nivel mundial. La empresa privada, la Administración y la Universidad, deben coordinarse y poner «foco» para impulsar proyectos tecnológicos, de la mano, consiguiendo sinergias que generen puestos de trabajo, riqueza y bienestar social.

Toda ciudad, con independencia de su tamaño y del resto de variables demográficas, puede convertirse en una «Smart City». Aquellas que sean pioneras en la implementación e impulso de «El Internet de la Cosas» dentro de sus fronteras, apoyen a empresas y catalicen emprendedores con talento que desarrollen productos y soluciones, que puedan testearse en su ciudad para después comercializarse a nivel mundial, no solo tendrán una ventaja competitiva frente al resto de «polís», sino que sus ciudadanos disfrutarán de sus ventajas. Y lo harán antes que otras, generando una mayor calidad de vida tangible, siendo más atractivas.

Significa mejorar la calidad y el consumo del agua, conseguir un ahorro energético, reducir las emisiones de CO2, incrementar la seguridad ciudadana, eliminar barreras para discapacitados, prevenir y detectar enfermedades, normalizar la vida de enfermos, mejorar el aprendizaje, facilitar la formación académica y potenciar la cultura tanto para jóvenes como para mayores, potenciar el ocio y el deporte, reducir las distancias en la comunicación, acercar servicios, etcétera, en definitiva, un compromiso con la sociedad a través de la tecnología.

No se trata de largas profilaxis o quimeras utópicas, ya es una realidad en otros lugares. Si bien, aunque en España tenemos algunos buenos ejemplos como Barcelona, Santander o Málaga, estamos a años luz de posicionarnos en este circuito tecnológico internacional. Especialmente la Comunidad Valenciana.

Varias consultoras de reconocido prestigio estiman que el fenómeno de «Internet de las Cosas» contará con cerca de treinta mil millones de unidades conectadas en 2020 y generará, por parte de los proveedores de productos y servicios, unos ingresos que superarán los trescientos mil millones de dólares. Industria, banca, seguros, energía, telecomunicaciones, salud, turismo, retail, deporte, ocio, etcétera. Todos los sectores estarán interconectados. En estos momentos de crisis, se abre un gran potencial económico, de generación de empleo y de riqueza para la sociedad. Se abren grandes oportunidades. Toca reinventarse como profesionales, como empresas y, con mayor profusión, como administraciones. El ciudadano ya lo está haciendo. Va por delante y lo reclama. La vida se abre camino.