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Semana y media

Andrés Castaño

Conjunciones astrales

LunesJuegos malabares

Albert Rivera sortea callejuelas en penumbra con el rostro embozado y la ansiosa intuición de que sus votantes le persiguen mientras repta hasta el escondrijo donde le esperan Sánchez o Rajoy, los cancerberos del viejo orden cuya supervivencia ahora depende de él. Hay que preservar la inmaculada concepción de Ciudadanos como partido éticamente rupturista, pero al mismo tiempo las instituciones deben perdurar y Ciudadanos representa la equidistancia responsable frente al gamberrismo imprevisible de Podemos y su política de tierra quemada. Esto obliga a disfrazar concesiones mutuas de victorias disputadas o a exhibir como ajenas algunas renuncias propias. Rivera no quiere convertirse en un Fausto que entrega su alma al diablo por una concejalía de medio ambiente y estas comedias exigen tanta discreción imperturbable como retórica gaseosa. Cabe la fatídica posibilidad de que los electores no entiendan porqué un rebujito de ERE es menos imputable que una horchata de Nóos o porqué los andaluces merecen un gobierno «de progreso» y los madrileños la versión 3.0 de Esperanza Aguirre.

MartesEl revulsivo

Rajoy ha anunciado «cambios inminentes» lo que, teniendo en cuenta la flexibilidad del calendario mariano, implica que habrá novedades antes de que se descongelen los polos.

Cabe suponer que las razones de la mudanza son electorales en un doble sentido, el severo batacazo del 24-M de un lado y de otro la justificada incertidumbre sobre si el PP puede despeñarse varias docenas de escaños en noviembre. Atrás quedan los días de pétalos fragantes en que Podemos sólo era una reata de frikis y Ciudadanos un partido regionalista con acento ampurdanés. Los babilonios también creyeron que sus murallas eran infranqueables y a día de hoy los restos de Babilonia apenas son un par de pedruscos entre dunas. Asumiendo por fin que las situaciones desesperadas exigen medidas desesperadas para evitar que el PP se convierta en otra reliquia arqueológica, Rajoy apresta el mutis de algunos rostros ministeriales y la irrupción de fogosos debutantes a quienes encomendará la tarea de remendar en cuatro meses el descosido de cuatro años.

MiércolesRealidad virtual

Durante la noche del 24-M, varios tertulianos llegaron a dos conclusiones esforzadas: la primera fue extrapolar los resultados a unas elecciones generales; la segunda, lamentar que los votantes no hubiesen castigado la corrupción. Esto último era particularmente divertido, ya que en esos momentos el PP había perdido más de una tercera parte de sus escaños en Madrid y Valencia; en cuanto a lo primero, es contumaz el error de convertir concejales en diputados a pesar de que los precedentes lo desaconsejan. No sólo hay que atribuir los votos de las candidaturas independientes a una lista nacional, sino también tamizar el cálculo con el componente intransferible de una elección entre vecinos. Esta densa reflexión me ha venido a la cabeza al conocer el caso de Alcalá de Guadaira, que hasta hoy contaba con un alcalde incorporado al paisaje tras veinte años en el cargo. El hombre va a ser desalojado por una coalición de PP, Ciudadanos, Izquierda Unida y Podemos. Necesito un tertuliano que extrapole esta maravilla.

JuevesNo va más

Hoy se ha producido la conjunción astral, el «big bang» más probablemente, entre PSPV, Compromís y Podemos en Valencia.

Las partes contratantes han suscrito un programa de gobierno cuya única certeza es que no podrá ser aplicado, salvo si Montoro lo financia, y lo han bautizado «Acuerdo del Botánico» por el lugar de la firma. Ciertamente es un documento selvático, una combinación de nostalgia socialdemócrata y nacionalismo importado de Cataluña con algunas pinceladas populistas del género «hasta el infinito y más allá». Sin embargo, lo llamativo del acuerdo es su estruendosa fragilidad: Podemos rehúsa entrar en el Consell eludiendo el inevitable desgaste de la exposición pública, mientras que la incompatibilidad casi metafísica entre Puig y Oltra impide saber por ahora quién lo presidirá «de facto». Un pacto de gobierno al que no se incorpora uno de los firmantes y amanece descabezado es el más pintoresco que recuerdo desde que Maragall y Montilla saldaron el PSC a Esquerra.

ViernesLos exiliados

La noticia es la revocación del título de Duquesa de Palma a la Infanta Cristina y admito que me agotan tantas mayúsculas. El tema es soporífero, por más que se resalte que el antecedente más próximo ocurrió en el siglo XIX. Más tremendistas, otros inciden en el amor fraternal truncado por la voluntad del rey-hermano, para lo que no sé si también hay que remontarse al siglo XIX o a Caín y Abel. Carece de sentido que la Infanta conserve sus privilegios de cuna cuando media España tendrá mañana alcaldes que fantasean con instalar una guillotina en la plaza del pueblo. Hablando de investiduras revolucionarias, Felipe González ha regresado de Venezuela abominando de los padres espirituales de Podemos, los flamantes socios del PSOE. Asegura que el régimen es culpable de la inseguridad, la crisis económica y la ausencia de libertades. Pero Felipe es otro ejemplo del aforismo «a rey muerto, rey puesto» y la infanta la enésima víctima del lema «salvemos la dinastía». Sí, son anteriores al siglo XIX.

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