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Opinión

La izquierda y la oportunidad (anti)taurina

Recuerdo un día en el que, visitando el magnífico museo Hermitage en San Petersburgo, un grupo de jubilados de esos que realizan un paquete de visitas de cinco ciudades en cuatro días me hizo vivir algo parecido a lo que llevo experimentando tantos años con el tema taurino. Mientras uno de los señores trataba de explicar con cierta pasión y a su manera la sala en la que se encontraban algunas obras de Vincent Van Gogh, otro afirmaba que, por mucho que le contaran, aquello no eran más que trozos de tela manchados de pintura. Yo, paradójicamente, intentaba grabar en mi mente todos los detalles del cuadro «Les Arènes», en el que el pintor plasmaba su particular visión de una tarde de toros en la localidad de Arles, donde vivía por entonces con Gauguin. ¿Cómo convencer a aquel hombre de que, tras aquellos lienzos manchados de pintura, había una magnífica expresión artística? Comprendí enseguida la desolación del improvisado guía del grupo.

El ser humano tiene estas cosas. A veces, una misma realidad se recibe de maneras muy diferentes, casi antagónicas. Hay dos modos de responder ante ello: negar la percepción del otro o respetarla sin compartirla. La primera provoca confrontación; la segunda, convivencia. La fiesta de los toros siempre ha tenido detractores y seguidores. Hay quien sólo ve sangre y sufrimiento del animal, pero también quien encuentra artística la danza de muerte entre toro y torero. Ni lo uno ni lo otro puede negarse, como con la pintura, y tampoco nadie se puede autoproclamar mejor persona por sentir de uno u otro modo.

Y viene todo esto a colación de los nuevos aires abolicionistas que se están dejando oír en estos últimos tiempos con mayor volumen hacia el toreo. Los políticos, ¡ay, los políticos!, que destrozan aquello que se les pone por delante. Con la de cuestiones de vital importancia que hay por arreglar y para demostrar lo que valen, y se van primero contra lo fácil, contra lo accesorio, contra lo que provoca posiciones encontradas y malestar a casi todos. El espectáculo taurino nunca entró en debates de campaña porque es una fiesta del pueblo. Ha sobrevivido a monarquías, repúblicas, dictaduras y revoluciones varias. Y miren ustedes por dónde quizá sucumba al sistema del respeto por excelencia: la democracia. Son esas paradojas estúpidas que deturpan todo atisbo de coherencia. Tanto daño hace a la fiesta que personajes de la catadura moral de Sonia Castedo se erijan en paladines de la defensa del toreo como que la izquierda se empeñe, bajo argumentos animalistas «disney», en convertirse en adalides de la abolición. Es una polarización a la que se ha visto abocada la política que no tiene sentido. A cualquiera de las partes se le podría decir aquello de «venceréis, pero no convenceréis» que espetara Unamuno a José Millán Astray, uno de los generales golpistas que provocaron la Guerra Civil, la más incivil de todas, que dice mi amigo Jericó.

Quien firma estas líneas, desde sus convicciones de izquierda más que meditadas, no acaba de sorprenderse de estas arremetidas del nuevo gobierno zocato no sólo contra lo taurino. Alguien me decía estos días: «Es que tienen cara de enfadados». Después de lo que se ha aguantado al Partido Popular estos últimos tiempos, quizá estén en su derecho de entrar en venganzas. Pero si lo hacen, no demostrarán más que ser como ellos. De nada sirve, como el ejemplo que nos toca, prohibir el segundo espectáculo de masas de la ciudad más que para encabronar al personal. Los toros son una manifestación más del pueblo: ni la única, ni la más popular, ni la mejor. Pero es del pueblo, de los de abajo, de esos a los que la izquierda siempre ha dicho defender. Quizá esta nueva vieja izquierda debiera quitarse la careta de la acritud vengativa y ponerse manos a la obra con sus principios de siempre, y sobre todo con el de la igualdad social. Nuestros nuevos representantes deben demostrar que quieren ser el gobierno de todos los alicantinos, de los que piensan igual o diferente. ¿En qué se diferenciarían de los de siempre, si no? Déjense de vencedores y vencidos de una batalla estúpida. Convenzan a todos de que la convivencia es posible, sobre todo, desde la izquierda y con la izquierda. Y lo de las aboliciones, hagamos realidad aquel lema que tantas veces se ha enarbolado de «prohibido prohibir». Que el pueblo, soberano, decida. Pero no con referendos tramposos y cainitas, sino yendo o dejando de ir a esas manifestaciones particulares que son las corridas de toros. Si la nueva sensibilidad rechaza de plano el espectáculo taurino, éste desaparecerá, sin más. No digan otra vez que van a quitar unas subvenciones que casi no existen y que, de haberlas, son irrisorias e infinitamente menores que los ingresos que revierten en la ciudad. Respeten a los que no piensan igual. ¿Acaso no se trata de eso?

Nunca los taurinos han utilizado el insulto para defenderse de los «antis». Es cuestión de educación y respeto. Solo la educación podrá convencer, con el tiempo, a aquel señor que solo veía manchas en un lienzo de Van Gogh en el Hermitage. Pero no habló de quemar los cuadros, ni de cerrar el museo, ni de prohibir la pintura. Seguro que luego se fueron todos a comer y lo pasaron genial. Con respeto, en convivencia. ¿Acaso eso no es posible en esta ciudad y en este país?

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