Síguenos en redes sociales:

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Viajeros de otro tiempo

Dijo Stefan Zweig que una de las consecuencias que trajo la Primera Guerra Mundial fue la obligación de obtener pasaportes y visados para poder viajar de un país a otro dentro de Europa. Hasta entonces, los únicos requisitos para viajar eran subirse a un tren y la voluntad de querer saber cómo se vivía lejos de la ciudad en la que se había nacido. Y de ese tiempo de viajeros sin requisitos que viajaban persiguiendo sueños trata el libro Peregrinos de la belleza. Viajeros por Italia y Grecia, en el que su autora, María Belmonte, nos cuenta las vidas de un grupo de artistas y de escritores que desde el siglo XVIII dejaron todo en algún país del norte de Europa para irse a vivir a una isla de Grecia o a alguna ciudad de Italia.

Axel Munthe, uno de los protagonistas de este libro, médico sueco que pasó casi toda su vida en Capri, creía imprescindible, para tener una vida aventurera, la compasión y un poco de valor. Y esos dos elementos fueron los que llevaron a cientos de jóvenes de países nórdicos a dejar sus vidas en sus fríos y nublados países para irse en busca de un pasado que sólo existía en los libros de historia, pero que ellos vivieron como si fuera la única manera posible de vivir. El fotógrafo Wilhelm von Gloeden o el escritor D.H. Lawrence encontraron en Italia una libertad individual que no tenían en sus países, libertad que les permitió dar lo mejor de sí mismos lejos de las cortapisas sociales.

Cuando, en nuestra juventud, viajamos por Italia lo hicimos acompañados por Goethe y Sthendal, y cuando fuimos a Grecia por Henry Miller y su libro El coloso de Marusi así como con Lawrence Durrell y Las islas griegas, escritores que, gracias a María Belmonte, conocemos cómo vivieron su periplo griego pero también lo que dejaron tras de sí: sus libros, sus paisajes y las personas que les conocieron. Cree la autora que hay dos tipos de viajeros por Grecia; aquellos que sólo ven el desorden de Atenas y buscan la suciedad para criticar a los griegos y aquellos otros que encuentran la presencia de dioses protectores en cada camino que recorren. Resulta difícil, cuando viajamos por el país heleno, no reconstruir mentalmente cada resto arqueológico que visitamos haciendo verdad aquella idea de Durrell de que cuando se camina por Grecia el mundo antiguo nos rodea, como si al girar en la próxima curva de nuestro camino nos fuésemos a encontrar con un templo perfectamente conservado. Los nórdicos hallan el misterio en la oscuridad, los griegos en la luz.

Aquellos que abandonaron sus vidas y sus países desde el siglo XVIII para iniciar un peregrinaje particular, cuando llegaban a Italia o Grecia tenían la sensación de que por fin habían llegado a casa. Dijo Henry Miller que en Grecia se tiene el deseo de quitarse la ropa para, a la carrera, alcanzar el cielo azul de un salto. Ese cielo azul, ese mar azul.

Esta es una noticia premium. Si eres suscriptor pincha aquí.

Si quieres continuar leyendo hazte suscriptor desde aquí y descubre nuestras tarifas.