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Con el agua al cuello

Javier Llopis

Un señor cabreado

La política española no sería lo mismo sin las esporádicas apariciones de un José María Aznar cabreado repartiendo estopa dialéctica a diestro y siniestro, mientras nos anuncia la inminente llegada de alguna catástrofe. Se puede disentir de sus planteamientos ideológicos, se pueden cuestionar sus logros como presidente de Gobierno o se puede criticar su estilo retórico basado en la chulería matona del malo de una película del Oeste de serie B, pero lo que nadie puede poner en duda es que estamos ante un brillante profesional del enfado; ante un tipo capaz de convertir la irritación en una poderosa arma política, que le ha permitido situarse de forma permanente en la primera fila de la actualidad durante años.

A primera vista, resulta difícil encontrar razones que justifiquen el sideral cabreo de este singular personaje. Estamos ante un hombre que goza de lo que los castizos calificaban de un buen pasar. Su futuro económico está perfectamente resuelto con la paguita de expresidente, completada con algunos suculentos ingresos extras procedentes de su participación en diversos consejos de administración y de su presencia constante en diferentes ciclos de conferencias, en los que puede dar rienda suelta a su avinagrada visión del mundo. Tiene a todos sus hijos bien colocados y su partido, el PP, lo ha convertido en presidente de honor y ha puesto en sus manos la dirección de una activa fundación neocon, destinada a aterrorizar a los ciudadanos con toda clase de ocurrencias apocalípticas. Por si esto fuera poco, hay que convenir que estamos ante un político con suerte: José María Aznar es uno de los pocos asistentes a la boda de su hija que no ha sido imputado; mientras la mayor parte de los de invitados al sarao de El Escorial se pasa el día saltando de juzgado en juzgado, él puede presumir de haber casado a la niña a lo grande y de tener un expediente judicial más limpio que una patena. La vida le ha sonreído con todo tipo de éxitos personales y de reconocimientos sociales y él le responde con un rictus lobuno de amarga «mala follá».

Aznar se enfada con todo y con todos. Con los nacionalismos disgregadores de la unidad de España, con la izquierda chavista que acabará con la democracia en cuatro días, con el socialismo irresponsable que nos lleva al desastre y en los últimos tiempos hasta con su propio partido. Sus recientes intervenciones criticando a Rajoy son una perfecta expresión de la infinita capacidad para la indignación que tiene este político y se podrían resumir con una frase parecida a «este Mariano es un piernas incompetente; si lo sabré yo, que fui el que lo eligió a dedo para dirigir el país».

Para averiguar las causas del eterno malestar del expresidente hay que profundizar en la psicología del personaje. José María Aznar es un político dotado de un ego de proporciones monumentales; un perfecto ejemplo de salvapatrias congénito, que está absolutamente convencido de que él tiene la razón y de que el resto de la humanidad está formado por una pandilla de tontos del haba incapaces de saber lo que realmente les conviene. A partir de este sólido planteamiento, el expresidente ha decidido convertir su vida en una cruzada patriótica, cuyo objetivo final es convencernos a todos de que no tenemos ni puta idea de nada y de que sólo él dispone de las claves mágicas para salir del atolladero.

Sólo hay una forma de sacar a Aznar de su doloroso estado de perpetuo enfado con el mundo. Millones de españoles debemos hacer examen de conciencia, pedir el perdón de nuestros pecados políticos y concentrarnos ante su casa con pancartas y con banderas, para suplicarle por piedad que vuelva a la política activa para salvar el país de todos los males que ahora lo atenazan. Sólo así conseguiremos que el preclaro líder recupere su paz espiritual y con un poco de suerte hasta lograremos que esboce una sonrisa e, incluso, que nos obsequie a todos con uno de sus inigualables chistes. Porque este ceñudo castellano viejo, aunque parezca mentira, tiene una gracia que no se puede aguantar.

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