Cada uno es de donde quiere ser, no de donde nace. Yo nací aquí, y me siento valenciano. Y todos los que no nacieron aquí, pero vinieron aquí a vivir, e hicieron de ésta, su casa, también son valencianos. Ser valenciano es querer serlo. No es un estatus, ni un pasaporte o DNI. Es un sentimiento que, menos mal, no es sectario. Esta es tierra de acogida y de cariño. Cuando hablas con la gente que vino de pueblos de España, o de tierras extranjeras, te dicen siempre que se han sentido parte de nuestro pueblo valenciano.

Por eso se me antoja difícil enarbolar nuestra lengua valenciana como herramienta diferenciadora, en vez de integradora. La lengua es un vehículo de comunicación y una riqueza intelectual. Todos esos nacionalistas que la engalanan con aires de sectarismo la convierten en herramienta política para su nacionalismo irredento. No lo entiendo, ni lo comparto.

Soy valenciano, como el que más, y no hablo valenciano. Y eso no me hace menos ciudadano de este pueblo. Y eso no debiera discriminarme para cualquier puesto de trabajo en la administración. No parece razonable que un doctorado cuente menos que saber valenciano. O hablar francés, inglés y chino sea menos que hablar nuestra otra lengua.

Ser valenciano es tener el Mediterráneo como referencia. Abierto al mundo, abierto a la economía. Es difícil encontrar una tierra tan fenicia como ésta. Y eso está bien. Una tierra empapada de trabajo y de ilusión. Que hace del esfuerzo su contacto con el resto del mundo. Muchos son los que vinieron aquí e hicieron de su empresa una gran familia mundial.

Ser valenciano es ser español. Porque el sentido de España no es ajeno a esta tierra de turistas y mestizajes varios. Poca gente cuestiona nuestra historia, excepto aquellos que quieren cambiarla por otra. Pero la valencianidad dispone la querencia por los pueblos de España.

Nuestra bandera, la valenciana, es de todos. Y las guerras de banderas no son sino la herramienta que utiliza una minoría para simbolizar su estupidez. ¿Por qué coño te vas a pelear por hacer volar una bandera o quemar otra? Solo aquellos seres faltos de respeto y de sentido común, cuando no de argumentos, son capaces de poner banderitas en los escaños a la llegada de nuestro Rey. Que mala conciencia tienen algunos con su pasado reciente.

Para ser valenciano solo hace falta ejercer. Ponerse en la calle, que es nuestra razón de ser. Auparse con cariño en cualquiera de nuestros montes, o tumbarse en nuestras playas. Porque querer a la tierra que te ha acogido es el único argumento de la nacionalidad.

No parece tan difícil ser de aquí. Otros territorios se han partido la crisma por parecer distintos. Y nosotros, al menos por ahora, queremos ser abiertos y como los demás. Las diferencias, que las hay, las encontramos en cada individuo, pero no como un pueblo homogéneo. Que eso de la homogeneidad suena muy fascista.

Ese es nuestro valor. La diferencia en la igualdad. El que las personas no estén supeditadas a un sinfín de malabarismos políticos para reescribir la historia o sus héroes. Aquí los verdaderos protagonistas de nuestra Valencia son los que hacen posible la convivencia, no los que ponen normas de valenciano puro. La hermandad es la señal de la única apertura al mundo.

No es difícil ser de aquí. Por eso tanta gente nos escoge. Por eso cada día se jubilan más compatriotas europeos en esta maravillosa tierra. Que con sus defectos y virtudes arroja la luz de ?. Y para que sigan viniendo, nuestro espíritu tiene que ser el del valenciano abrazador. Que no pregunta de dónde vienes, ni a dónde vas. Que solo vierte la palabra de bienvenida a todos los que vienen. El 9 de octubre celebramos que todos sumamos más que una parte. Que todos somos iguales. Y que valenciano es el que quiere ser, sin matrículas, sin tonterías. Vixca Valencia, Vixca.