Cuando yo tenga setenta y cinco años, no sé si llegaré, me gustaría haber disfrutado de unos años tranquilos, lejos de responsabilidades laborales y pasear a mis nietos, remando con esas enfermedades crónicas de las personas mayores que la voz popular denomina las goteras de la edad. Nada más o poco más. Cuando nos vendieron hace veinte años la gran mentira del Estado de Bienestar, lo que podría suponer para la dedicación del ocio y tiempo libre a las personas pensionistas y bien jubiladas, los más jóvenes éramos crédulos y se nos caía la baba nada más pensarlo: las máquinas sustituyen la mano de obra y los trabajadores ya retirados podrán ocuparse de una vida más cómoda y contemplativa.

Ahora el mejicano Carlos Slim, la segunda fortuna del mundo, nos ha enviado unos mensajes clarividentes en la Conferencia del Círculo de Montevideo que acogió el Paraninfo de la Universidad de Alicante. Bien flanqueado por expresidentes de gobiernos, empresarios y políticos, entre ellos Felipe González, sugiere el magnate que la edad de jubilación debe posponerse hasta los setenta y cinco años y trabajar tan sólo tres días a la semana pero con una jornada de once horas. Imagino que ese es el plan para crear nuevos puestos de empleo, contratar a más personal para cubrir esos cuatro días restantes de la semana.

Pero supongo que la idea de Slim es que los nuevos trabajadores hagan lo mismo, es decir, producir esos tres o cuatro días restantes en las mismas condiciones: once horas diarias. Antes de la era de la industrialización las jornadas de trabajo eran de catorce, quince o dieciséis horas y cuando los incipientes sindicatos, con mucho dolor, sangre y lágrimas, consiguieron unos mínimos derechos, se redujeron las jornadas laborales. Pasaron años centenarios, décadas y lustros para que se implantara una jornada laboral digna y decente, la de las ocho horas. Desmantelado el Estado de Bienestar y abolido el Estatuto de los Trabajadores esa es la consigna: trabajar más horas y jubilarse ocho años después.

Tiene el beneplácito de la Troika, de la Comisión Europea y del FMI. Los poderes financieros, la banca y las compañías aseguradoras crean una crisis ante la mirada incompetente y la sanción impune de los gobiernos títeres y vendidos. Una crisis que han intentado culpabilizar a los ciudadanos de a pie por vivir por encima de su posibilidades y por ello les han criminalizado con castigos ejemplares: reforma laboral, abaratamiento del despido, recortes por doquier, colas en el paro, extinción de prestaciones a las personas con paro de larga duración, eliminación de la Ley de Dependencia, bendición a los bancos en detrimento de los desahuciados, aumento de la pobreza infantil e indecente escalada de la población en peligro de exclusión social.

Esa es la hoja de ruta de los opulentos como Carlos Slim, crear una feroz crisis, sembrar alarma social y proponer medidas muy americanas como «o lo tomas o lo dejas». Todo para que un nuevo modelo de colonialismo y esclavitud vuelva a reinar por encima de las fronteras ya globalizadas. Mientras tanto EE UU ya ha sellado una gran alianza comercial con Asia; el Tratado Transatlántico de Comercio e Inversiones (TTIP), con mucha trampa y demasiado cartón, está a punto de firmarse con la UE con nula transparencia y elevada confidencialidad y Artur Mas sigue erre que erre con sus delirios nacionalistas.

Yo sólo deseo que si llegamos a los setenta y cinco años tengamos una vida menos ajetreada y más tranquila que la vivida. Prefiero ocho horas diarias de trabajo que once de golpe y si mis nietos me esperan no quejarme ante ellos de la jornada dura de ayer ni la que me espera mañana. Porque el tiempo, encerrado en un reloj, nos espera sin avisar para otros menesteres. Así que hay que trabajar lo justo para vivir, no enfermarnos en una espiral eterna de faenar para el poderoso diez por ciento de la población mundial y que aguarda, sin duda, que consumamos los productos que les sobran y que producen con contratos basura.