Con las meras referencias de la serie de encuestas publicadas en los últimas semanas, además de otras escondidas y difundidas boca a boca; a la vista del comportamiento de los principales líderes en esta larga campaña electoral; y, por otra parte, con los sondeos que cada uno pulsa en su entorno, me permito algunas reflexiones que, probablemente, los resultados desdecirán.

Porque, como de todos es sabido, la renovación del mapa electoral, desde el 15-M, es un hecho, aunque no es fácil anticipar hasta dónde llegará. La Gran Recesión que se ha padecido en España, como todas las grandes crisis, pasa factura, una factura que en España no se ha decantado por soluciones autoritarias de derechas, sino por la radicalización del eje de la izquierda. Al menos por ahora. El afloramiento de importantes bolsas de corrupción en el partido gobernante, a resultas de la ola especulativa que asoló a España en los años de la burbuja, es el otro factor que ha quebrado la trayectoria del PP, dividiendo su fuerza y dando a entrada a nuevos competidores en este espacio.

Si bien se han fragmentado los bloques tradicionales de la derecha y la izquierda (más acusado en la izquierda) lo cierto es que los bloques como tales resisten y es en la recomposición de estos dos bloques donde se decide la suerte de los líderes respectivos, de los posibles pactos post-electorales, y de las políticas a desarrollar. Si el PP resiste y se distancia de su inmediato perseguidor, Rajoy o su relevo, podrían formar gobierno. Si Pedro Sánchez consigue un segundo puesto con holgura, tiene posibilidades y tiempo para rehacer su partido, si no, caerá; Pablo Iglesias es la incógnita: puede alcanzar el cielo, puede que no.

Estas elecciones habrán podido ser decisivas, pero no definitivas. La fragmentación del voto y el pluralismo político que se plasmará en el Congreso, aunque traerá consigo la necesaria cultura del pacto, inédita durante décadas si exceptuamos los pactos con los nacionalistas, difícilmente permitirá componer gobiernos estables, por lo que la legislatura, a mi modo de ver, será efímera. En este contexto, el próximo Presidente del Gobierno, con el permiso del Congreso, contará con un arma formidable, esto es, la prerrogativa constitucional de disolver las Cámaras y convocar a su arbitrio y en su caso nuevas elecciones.

En la medida en que las costuras de la Constitución se estiran y la actual correlación de fuerzas no permite alcanzar grandes acuerdos para proceder a la reforma de la Constitución, un llamamiento a las urnas en un plazo a determinar, según las circunstancias, se convertirá en el momento de la verdad y cuyo objetivo no puede ser otro que actualizar las reglas que permitan a España recuperar el pulso y estabilizarse.

Porque al margen de las diferentes opciones ideológicas, España necesita estabilidad para afrontar sus principales retos: 1) Restaurar la desigualdad provocada por la crisis, establecer políticas que sirvan para la creación de empleo, fortalecer los derechos sociales y renovar las estructuras productivas. 2) Abordar constitucionalmente el desafío independentista en Cataluña. 3) Fijar posiciones respecto a la situación de una Europa sumida en la confusión. 4) Defenderse de los riesgos globales del terrorismo.

Ha tenido lugar la gran fiesta de la democracia, que son las elecciones, una vez más pacíficas e ilusionantes. El día después?y los meses venideros serán testigos de si los diferentes partidos, además de sus diferentes programas, serán capaces de mantener el rumbo ante un futuro preñado de dificultades y, por qué no decirlo, de esperanza.