En buena lógica, hoy debería escribir sobre el incierto panorama político que han dibujado nuestros votos. O más bien sobre la cantidad de testosterona que impregna ese debate en la forma y en el fondo y que lo del pacto de Estado contra las violencias machistas si eso ya, tal. O, en plan positivo, también podría escribir sobre la mayor cantidad de mujeres que han resultado electas: 138 al Congreso y 86 al Senado, que representan el 39.42% y el 41.34% sobre el total, respectivamente. Pero me cuesta. No es que no me alegren los datos, pero no puedo hacer una lectura sólo positiva cuando, siendo la mitad de la población, seguimos estando a muchos puntos todavía del 50%. Así que hoy no voy a escribir de nada de eso.

Qué quieren que les diga, estamos en plenas fiestas navideñas y lo que me pide el cuerpo son regalos. Siempre me ha gustado más regalar que ser regalada, así que les voy a obsequiar con una anécdota personal que muy pocas personas conocen.

Yo quise ser monaguilla. Sí, como lo leen. No era por devoción, sino porque lo era Juan Antonio, mi vecino, mi mejor amigo, mi compañero de juegos inseparable. Si él y yo hacíamos juntos tantas cosas ¿por qué no compartir también ese lugar en el altar de la parroquia del barrio? Se lo planteé al párroco, vecino nuestro también, y me dijo que como yo era más pequeña necesitaba antes aprendizaje. Así que me prometió que si iba durante un año todos los días a la misa y me sentaba en el primer banco fijándome bien en lo que hacía mi amigo sería monaguilla. Pasado el plazo, suficientemente preparada como estaba para esa misión, le pregunté cuándo me tocaba. Yo cumplí, pero el párroco no. Me dijo que nunca podría hacerlo, que no era posible porque era una niña y las niñas no pueden dedicarse a cosas que son de niños. Imagínense mi decepción. Me engañó y, por supuesto, no volví a la parroquia. Fue la primera bofetada que me dio el patriarcado y no comprendía nada ¿cómo iba a entender semejante injusticia si yo era igual que mi amigo? Han pasado algo más de cuarenta años de esto y he recibido unas cuantas bofetadas más, muchas de ellas sin saberlo, porque nos han enseñado a recibirlas incluso con gusto a veces. No suele decírsenos que muchas de las cosas que nos ocurren es precisamente por ser mujeres.

Así que aquí me tienen, asomándome a esta ventanita desde hace once años con el humilde propósito de ayudar a identificar esas bofetadas que nos siguen propinando a las mujeres y que nos rebelemos ante ellas. Les deseo un feliz y feminista año nuevo.