Pese a que ya cumplí la mayoría de edad hace años y me eduqué políticamente en la aborrecible cultura de la Transición española no por ello he dejado de creer en la existencia de las Reinas Magas, de ahí que todos los años siga escribiéndoles con renacida fe e ilusión a la espera de que me traigan los regalos que merezco. Como quiere la tradición que las Reinas van montadas en camellas y son atendidas en su extenuante trabajo por unas magníficas Pajas Reales (sin que nadie malinterprete la natural expresión), he vuelto a preparar para la ilustre cohorte el venerado rito de esa mágica noche. Turrón y mazapanes para ellas (Reinas y Pajas); agua y pienso para las camellas; y, al paso de los versos de Bécquer, rematando el nigromante cuadro, del salón en el ángulo oscuro veíanse mis zapatos de cristal de ceniciento como señal de respeto a la cristiana tradición. No por casualidad o ignorancia los ciudadanos de Colonia creen que los restos de las Reinas Magas descansan en su hermosa catedral gótica. ¡Y son alemanes, tan cultos y luteranos!

Es una lástima que la tradición oral y escrita que se nos ha transmitido desde hace siglos hable de que las Reinas Magas eran tres, de haber sido cuatro se cumpliría sin problemas con la paridad absoluta: dos Reinas Magas y dos Reyes Magos (luego, entre ellos y ellas, le pondrían nombre al cuarto, llevando al Portal de Belén oro, incienso, mirra y, como nuevo presente, un diccionario en arameo de lo políticamente correcto en aquellos tiempos). Pero ya saben, mis queridos lectora y lector: la mujer y el hombre proponen y la estulticia supina dispone. Porque no deja de tener un delirante y trasnochado toque «kitsch» el que los mismos y las mismas que aborrecen la religión -solo la católica, «of course»- traigan al centro de los debates municipales la memoria histórica de las Reinas Magas cuando todo el mundo sabe que efectivamente eran reinas. Por tanto se nos antoja un pleonasmo innecesario después de veinte siglos de obviedad.

Sin embargo, y pese a la obviedad dicha, el mundo de la pintura no lo ha sabido reflejar convenientemente, seguro que por ladina y machista ignorancia. Por eso les traigo a la memoria histórico-plástica, entre muchísimos otros, los cuadros «La adoración de los tres Reyes Magos», pintados por Fra Angélico y Durero; «Adoración de los Reyes Magos» de El Greco; o la «La adoración de los Magos» de Botticelli, Velázquez, Rembrandt y Rubens; todas ellas obras menores realizadas por unos mediocres pintores que ni tan siquiera han pasado a la Historia por no conocer la otra historia políticamente correcta. Y ya ven, ilusionados lectores de Reinas Magas, en el olvido encontraron su penitencia: nadie conoce ni valora a esos pintores que les he referido. Y si hablamos del mundo de la poesía o el relato literario, también ha pecado de incultura histórico-paritaria. Baste recordar a un desconocido Rubén Darío en su poema «Las tres Reyes Magos»; a un don nadie literario como Valle-Inclán en «La adoración de los tres Reyes de Oriente»; a la escritora de cuentos infantiles comprometida con la educación en valores Estrella Montenegro en su poema infantil «Los Reyes Magos Melchor, Gaspar y Baltasar»; o, en fin, la escritora Elvira Lindo en su cuento «Olivia y la carta de los Reyes Magos». Pero no querría concluir estas referencias de perfectos desconocidos sin citar «Las abarcas vacías» de Miguel Hernández, un poeta de Orihuela: «Por el cinco de enero? ningún rey coronado tuvo pie, tuvo gana para ver el calzado de mi pobre ventana». No puso sus humildes zapatos a las Reinas Magas. En fin, paciencia y barajar, que recomendaba otro perfecto desconocido tachado últimamente de machista: Don Miguel de Cervantes.

No quiero aguarles a ustedes la noche de Reyes, pero da la impresión de que algunos de nuestros emergentes políticos municipales no tienen en la cabeza otra cosa que darle la vuelta a las tradiciones religiosas (las católicas solamente) como si fuera lo único que le importa a la ciudadanía. Parece que les salga piorrea intelectual y disentería ética cuando de actos o costumbres religiosas se trata. Fuera crucifijos de los cementerios municipales; fuera representación de autoridades en actos religiosos de gran tradición y respeto en nuestra sociedad; fuera capillas de la Universidad; fuera los belenes de lugares de titularidad municipal; fuera la banda municipal en actos religiosos; ninguneo de la Navidad, y un largo etcétera de incomprensible rencor impropio de sociedades tolerantes.

Lo decía Javier Marías en un reciente artículo de El País Semanal titulado Soldados sin riesgo. «Entre las declaraciones pintorescas de nuestros compatriotas algunas destacan por su cretinismo, antigua enfermedad que misteriosamente, y desde hace ya lustros, se ha hecho epidémica entre la falsa izquierda que nos rodea». Nada que añadir, Marías, aunque no se bien si hasta el apellido sería causa de polémica. Y no lo digo por ustedes, queridas Reinas Magas Melchora, Gaspara y Baltasara, ni por sus Pajas Reales. Yo siempre les escribo acompañado del «Oratorio de Navidad», cuya quinta parte se refiere al viaje de los Reyes Magos. La grabación de Nikolaus Harnoncourt con la Concentus Musicus Wien -que él mismo fundó- se me antoja insuperable. Por cierto, la compuso otro desconocido que no ha pasado a la Historia, Johann Sebastian Bach.