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Tribuna

Que la corrupción no les ciegue: somos la solución, no el problema

Resulta paradójico, pero es así. En estos días de redadas y titulares en prensa internacional en los que la ciudad de Valencia se reconfirma como la metáfora del ascenso vertiginoso de la España «ladrillera» y su reconversión en un parque temático de la corrupción, la ciudadanía de esta tierra tenemos por ofrecer algo más que positivo: soluciones y compromiso ante una presunta ingobernabilidad en Madrid. El gobierno del cambio es posible también allí.

Hace casi 50 días que los medios retratan unas «no negociaciones» que discurren en modo prehistérico o como un diálogo contra paredes. Cuesta hacerse oír entre la vorágine de los grandes partidos de la capital estatal y la inercia del pasado, proclive a mantener puntos de vista y posiciones que niegan el matiz, la diferencia, el grupo parlamentario propio, como quieran llamarlo. Pero si algo han demostrado muchos gobiernos del cambio desde Alicante a Castellón es que si un colectivo o comunidad quiere avanzar en un único sentido el camino será más transitable si sus caminantes se centran en las conversaciones que les unen, más que las que le distancia. A ese modo de entenderse, en general, se le llama centrarse en el bien común. Aquí también se le llamó Pacto del Botánico. Con ciertas variaciones, podría tener su encaje en Madrid. Y como fruto final, la condonación del 40% de la deuda de los valencianos y valencianas.

Compromís, PSPV y Podemos establecimos en la Generalitat unos ejes contra los que no se puede oponer nadie que considere la defensa del Estado de Bienestar. Esa hoja de ruta serviría a quien quiera usarla como «chuleta» o «plantilla» en las negociaciones ya en marcha. A saber: 1) Un plan social de envergadura. 2) Atacar a la corrupción con todo lo que se tenga y ofrecer herramientas a aquellos funcionarios y funcionarias que la combaten. 3) garantizar los derechos sociales en la Constitución más allá de lo nominal. 4) sentar las bases de un modelo de crecimiento basado en el conocimiento y la economía verde. 5) un nuevo modelo de financiación para todos los territorios.

Quien ponga su firma sobre un contrato de esta envergadura debe entender el valor de ese compromiso. Ahora mismo, no hace falta entrar en quién hará qué. Solo poner el diálogo y la flexibilidad sobre la mesa. El qué nos une y el cómo lograrlo es lo importante. Nos jugamos la segunda Transición y este crucial momento no se puede dejar en manos de organizaciones con un dudoso objeto social que, a tenor de las últimas legislaturas, oscila entre la política y la delincuencia.

Habrá nervios, titulares anunciando el apocalipsis patrio. Pero el pacto que surja ha de ser fuerte, sin fisuras, trabajado con pasos seguros y constantes. Bélgica, con una desconexión entre valones y flamencos mayor aún que la que pueda existir en España entre distintas culturas se pasó un año y medio sin gobierno hasta que alcanzó el pacto. El país sigue ahí, pese a esos mercados o nuevos dioses que siempre están amenazando por boca de los que mandan sin corazón.

El gobierno de nuestro pueblo ya no es ese ejemplo de gobierno que Mariano Rajoy quería para toda España. Recuerden que esta afirmación la gritó a los cuatro vientos en un mitin en Valencia después de declarar en público su amor a Alfonso Rus, a quien afilió a su partido. Si bien la ciudadanía continuamos escandalizándonos de ver a policías saliendo con sacas llenas de documentación de las administraciones que gestionaron, por cierto, con absoluto monocolor político (eso que algunos llaman «estabilidad»), hoy la ciudad de Valencia vive otro momento. Está herida, descosida y saqueada, pero digna. Afronta un nuevo tiempo en el que por una vez la emergencia social importa más que los intereses partidistas. Y eso le convierte en el ejemplo de gobierno que todos y todas deberíamos querer en Madrid, España o nuestras propias casas.

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