De igual manera que el tendido número siete de Las Ventas actúa como centinela de la pureza de la fiesta de los toros, habitan en el coliseo madridista unos piperos (estos es, que se pasan el partido comiendo pipas) que son los guardianes de las esencias blancas, encargados de dictar sentencia sobre el juego del equipo, fusilar a jugadores o quitar y poner entrenadores. En razón de esto, el período de Benítez empezó mal y acabó peor, y Florentino, como cualquier emperador romano que se precie (y tras encuesta telefónica exprés realizada a toda pastilla: así se hacen las cosas en una empresa que factura más de 500 millones de euros al año...) sacó el pulgar hacia abajo cuando la plebe merengue disparaba a matar, a la vez que sacaba al foso a su gladiador bereber más cool para aplacar a las fieras.

El experimento empezó bien (todo, de repente, había cambiado, nos decían con furor los Lamas/Ronceros/Pedreroles y compañía: el ágape del palco sabía mucho mejor, el césped estaba tan verde que daban ganas de comérselo, las nubes se levantaban, y hasta los pajarillos cantaban el himno de Plácido Domingo. Pero tras los fuegos de artificio iniciales (con goleadas ante equipos de tanto relumbrón como Espanyol, Sporting o Deportivo de La Coruña) la dura realidad dice que hoy están a nueve puntos del Barça (Benítez los dejó a cinco), sin fuelle en los partidos fuera de casa (la imagen que dieron en Málaga fue francamente mala) y con algunos de sus principales jugadores bajos de forma (Cristiano, Kroos, Ramos...). Y hoy, el Atleti de Simeone: el primer rival serio que va a tener el Madrid de Zizou.

Y es que la mejor noticia para el Madrid fue que en los cruces de Champions les tocó la Roma (uno de los equipos más flojos de los dieciséis que están jugando el pase a cuartos), lo que casi les ha asegurado el pase hasta la siguiente eliminatoria, porque esta sí (asusta ver el equipazo del Manchester City, la mentalización del PSG, la pegada del Bayern o la intensidad del Chelsea) se tendrán que retratar todos: Zidane en el planteamiento, la alineación y los cambios; y las estrellas merengues en sus prestaciones contra jugadores que tienen el mismo número de ferraris que ellos. No hemos acabado febrero y todo el aparataje comunicativo madridista ya está fiándolo todo a la Champions League, la más dura y esquiva, la madre de todas las competiciones. Si Zidane no acierta con la tecla, Florentino se va a acordar de Juanito («noventa minuti en el Bernabéu son molto longo») porque los piperos no descansan, son insaciables: cuantas más pipas comes, más quieres. Y además se ha quedado sin mano en la partida (¿qué hará si la ocurrencia sale mal? ¿poner a Gento a entrenar? ¿Sacar a Chendo otra vez de lateral?).

Pero de la misma manera que el run-run del Bernabéu te machaca de manera inmisericorde cuando pintan bastos, pocos estadios hay en el mundo que acongojonen (estado mental caracterizado por la mezcla de la congoja y el acojone: lo va a aprobar la RAE, dentro de poco...) tanto a los contrarios en cuanto pisan el césped, rugiendo más que cien leones en celo en mitad de la sabana, y dándote con cada una de sus diez copas de Europa en la cabeza una y otra vez, hasta reventarte. Equipo tienen de sobra, y jamás hay que menospreciarlos. La mística blanca europea del Bernabéu es la única opción para el rescate del segundo período de florentinato. Pero como esté perezosa, la mística, a ver qué hace el emperador romano...