Inmersos como hemos estado estos últimos días en el debate de investidura fallido de Pedro Sánchez tras ser propuesto por el Jefe del Estado quizá no haya tenido la debida atención las dos puestas en libertad, hace unos días, de dos sentenciados y encarcelados por su pertenencia a la banda terrorista ETA. Nos referimos, en primer lugar, al exdirigente José Luis Urrusolo Sistiaga, miembro del comando Madrid que, tras pasar diecinueve años en la cárcel y tras haberse acogido a la llamada vía Nanclares, abandonó la prisión de Zaballa en un BMW último modelo con los cristales tintados. En segundo lugar, y con mucha más trascendencia mediática, Arnaldo Otegi salía casi al mismo tiempo de la cárcel tras haber cumplido seis años y medio en prisión.

Lo que nos ha llamado la atención ha sido la diferente respuesta que el sector abertzale ha dado a cada una de las dos salidas de la cárcel. Podríamos haber pensado que Urrusolo Sistiaga debería haber sido recibido en olor de multitudes por ese sector de la sociedad vasca que durante los años de existencia de ETA se declaró abiertamente favorable al uso de la violencia. Habida cuenta que Sistiaga representa lo más duro de la historia de ETA en nuestro país, los asesinatos mejor planificados dirigidos a crear el caos y la muerte en la sociedad española de los años 80 y 90 del pasado siglo, sorprendió el mutismo tras sus primeros pasos en libertad. El proceso de este exetarra que le llevó a reconocer lo absurdo de la existencia de ETA y el daño causado por sus acciones terroristas no ha sentado bien al post etarrismo (si se me permite la expresión) que ve cómo otro tótem de la violencia de los años de plomo reconoce también que todo lo que hicieron no sirvió de nada, excepto para matar y para que miles de familiares de los asesinados recuerden cada año la fecha del asesinato de su familiar.

Por contra, la performance que organizaron los simpatizantes de Bildu y Sortu con ocasión de la puesta en libertad de Arnaldo Otegi a las puertas de la cárcel como si se tratase de la liberación de Nelson Mandela, nos da las pautas de por dónde van a ir los siguientes pasos que den los partidarios y simpatizantes de la extinguida ETA, es decir, de todos aquellos que durante años pintaban en las paredes dianas o frases del estilo «ETA mátalos». Es bien consciente Otegi que desde los atentados del 11-S en EE UU o la matanza yihadista del 11-M en Madrid los escasos apoyos o ámbitos de comprensión que aún despertaba la violencia etarra en ciertos países desaparecieron definitivamente. La irrupción de Podemos ha arrinconado aún más a Bildu, heredera de la antigua Herri Batasuna, disminuyendo el apoyo de los jóvenes votantes antisistema que no quieren oír hablar de bombas ni de disparos en la nuca. El único nicho de votos (qué frase más acertada en este caso) que permanece fiel a Bildu se encuentra en todos aquellos que vivieron muy bien con la existencia de ETA y su impuesto revolucionario. Gracias al dinero conseguido con la extorsión o los secuestros, miles de proetarras estuvieron durante años paseándose por las Herriko tabernas y reformando de manera lujosa los caseríos en los que vivían.

Resulta evidente, por tanto, el nuevo ideario que el mundo abertzale comienza a inventar. Dejando a un lado la violencia, como si no hubiese existido y que en todo caso fue algo inevitable dado el supuesto estado de presión que el Estado español ejercía, al parecer, sobre la alegre y patriota sociedad vasca, el mundo Bildu trata de reinventarse en torno a la idea de una amnesia de lo ocurrido en el País Vasco durante 40 años, sobre la negativa a condenar la violencia y alrededor de una formación política análoga a Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) que consiga hacerse con las instituciones desplazando al PNV a semejanza de lo ocurrido en Cataluña con CiU.

La bienvenida que Pablo Iglesias y su entorno propiciaron a Otegi -condenado por haber tratado de resucitar a la antigua HB por encargo de ETA- nos ha resultado indignante y lamentable. Su incapacidad de decir en una misma frase las palabras terrorismo y asesinos, unido a esa pseudo teoría que se extiende entre el sector más a la izquierda de nuestro panorama político de encontrar una justificación a la existencia de ETA por la inacción política del Estado español en orden a solucionar el «conflicto vasco», nos abre los ojos a un nuevo intento de cambiar la historia reciente de España, a imagen y semejanza de lo que se ha tratado de hacer por personas afines al franquismo con esa estrambótica teoría de que la dictadura franquista fue una consecuencia necesaria al estado de caos en que se encontraba la II República, y no por un golpe de Estado militar. Tenemos malas noticias para los revisionistas. Mientras haya personas con memoria seguiremos recordando los asesinatos de ETA y lo inútil de sus pretensiones.

El pasado día siete volvimos a recordar a Isaías Carrasco, concejal del Partido Socialista de Mondragón, asesinado por ETA en 2008 cuando salía de su casa para ir a su trabajo como cobrador en un peaje de una autopista. No vivía de la política.