La indiferencia es una actitud muy frecuente en nuestro tiempo y en nuestra sociedad, y hay que partir del hecho de que la indiferencia es un mal. La actitud indiferente prescinde de la verdad, del bien, del amor, de la justicia. Lo mismo le da la verdad que el error, el bien que el mal, el amor que el odio, la justicia que la injusticia.

En la práctica religiosa el indiferente prescinde de toda responsabilidad. El Papa, Francisco, viene insistiendo en la necesidad de vencer la indiferencia si queremos vivir en paz. Precisamente, la indiferencia es contraria a todo compromiso por cualquier clase de bien, de verdad o de paz. Si uno no respeta los derechos ajenos sino que permanece indiferente, se producirá un gran mal. Si uno permanece indiferente ante las necesidades del prójimo, le hace un gran daño.

En relación con el amor, la indiferencia es la actitud radicalmente contraria. Si el amor inclina a la unión y al bien, la indiferencia no quiere saber nada del amor, ni está dispuesta a hacer cualquier bien.

Y no digamos nada sobre la justicia. Si uno no respeta los derechos ajenos, ni se preocupa por cumplir sus propios deberes, se produce la mayor injusticia y daño, la indiferencia es el mayor mal a cualquier amor y a todo tipo de justicia y de respeto a la paz.

La indiferencia es un veneno que corrompe cualquier clase de amor, de justicia y de verdad. Nada hay más dañoso y malo que la actitud de la indiferencia, que destruye inmediatamente toda la verdad, todo bien, todo amor y toda justicia. Hay que luchar contra la indiferencia, por el inmenso daño que hace a la persona y a la sociedad.