Apartir de mañana se celebrará en España la Fiesta del Cine, con bajada generalizada de precios para facilitar la asistencia, que en los años 50 y 60 del pasado siglo estaba garantizada al máximo, porque ir al cine era una fiesta, una de las principales diversiones de entonces, la manera de conocer e incluso «vivir» lo que nuestra realidad nos privaba continuamente. Se iba al cine tanto como se podía y, sobre todo los domingos, las colas para entrar podían ser multitudinarias.

En aquellos años los cines de estreno en Alicante eran el Avenida, el Ideal y, de vez en cuando, también funcionaba como cine de estreno el Teatro Principal, sobre cuya su columnata se extendían, ocultándola, artísticos paneles publicitando la película de turno.

El cine Avenida era suntuoso, muy cómodo, de gran capacidad y el único con aire acondicionado central, a las butacas de patio y platea se accedía por La Rambla, atravesando un largo vestíbulo, pues la sala del cine lindaba con la calle Bailén, donde estaba el acceso a las localidades del último piso. En este cine se proyectó la primera película estrenada en cinemascope, «La Túnica Sagrada», de 1953, y otras tan importantes como «El puente sobre el río Kway» o «Ben-Hur».

El cine Ideal era mucho más reducido y algo más incómodo, pero conservaba el carácter de su pasado como teatro, incluso con palcos. Su entrada principal para las butacas de patio y platea estaba en lo que hoy se llama avenida de la Constitución. De entre los muchísimos estrenos notables en el Ideal resalto «West Side Story», y la instalación del cinemascope obligó a eliminar los palcos más próximos a la pantalla.

Una curiosa particularidad tanto del Avenida como del Ideal, donde me llevaban mis padres desde muy niño, era que, si había mucho público, primero se hacía cola en la calle para comprar las localidades, después se esperaba en el vestíbulo interior y, como era sesión continua, las acomodadoras iban permitiendo el acceso a la sala conforme salía el público, pero para esperar de pie en los pasillos laterales a que fuesen quedando butacas vacías. Es decir, entrabas tal vez a mitad de película, cuando podías te sentabas, tras el descanso veías lo que te faltaba de la película y, generalmente, entonces te marchabas, para que los que esperaban ocupasen los asientos que dejabas libres. Por increíble que esto puede parecer, es totalmente cierto.

También en la zona céntrica de Alicante, enfrente y al lado del mercado central en la avenida de Alfonso el Sabio, estaban como cines de reestreno con programa doble el Capitol, derribado para construir la sede central del desaparecido Banco de Alicante, que ahora es un hotel; y el Monumental, el de mayor aforo, antes teatro, con artística fachada principal, que fue ignominiosamente demolido para construir a mediados de los 70 un edificio de viviendas que albergaba un cine del mismo nombre, aunque de eso ya solo queda el recuerdo igualmente.

Otro cine desaparecido, el Rialto, en la calle Sevilla, se inauguró en 1954 con el estreno de «Quo Vadis», pero después fue de programa doble.

En las barriadas había otros muchos cines: el Roxi y el Granados en Benalúa; en San Blas el Lux y el Novedades, que llegó a ser de Arte y Ensayo, donde se estrenó «La naranja mecánica}; el Goya en el Pla, y un largo etcétera.

Con los calores estivales pasar la velada en un cine al aire libre, llevando incluso la cena, era casi rutina diaria. Cine veraniego de estreno era el Iris Park, en la calle Pascual Pérez esquina a Ángel Lozano, un extenso local elevado donde en invierno se instalaban teatros ambulantes. Casi enfrente, también en Ángel Lozano, había en verano el Casablanca, sobre el que se edificó el cine cerrado, derribado para construir el edificio que ahora tiene en sus bajos la clínica Oftalvist. En la calle Vicente Inglada estaba el Cinema Río, largo y estrecho, que dio paso al Carlos III, cine cerrado de estreno, con entrada además por la calle San Vicente. Durante algunos veranos funcionó en la calle Gravina el cine Rex, allí se estrenó «Los Diez Mandamientos», la espectacular película dirigida en 1956 por Cecil B. DeMille. Hasta la Plaza de Toros se aprovechaba como cine de verano.

Durante los años 1960-1970 se multiplicó la inauguración de cines céntricos de estreno: el cine Navas, en esa calle, el único grande que perdura, ocupando el lugar que había sido convento y colegio de las monjas Carmelitas; el cine Chapí, en el avenida de Soto, pasando luego a Álvarez Sereix, esquina a Pascual Pérez, ocupado ahora por Mercadona. Casi enfrente las tres salas de los Ana, todavía supervivientes. El cine Arcadia, en la calle Pablo Iglesias, que hoy es un Domti. El cine Alameda, en la avenida Maisonnave, que actualmente es una tienda Massimo Dutti. Los minicines Astoria de la plaza del Carmen, un referente de programación hasta que cerraron. El cine Calderón, de gran capacidad, era de reestreno, con entradas por esa calle y por Juan de Herrera, reconvertido igualmente en Mercadona.

Y es que, como la famosa película «Lo que el viento se llevó», un viento de crisis cinematográfica ha arrasado, y no solo en Alicante, todos los cines urbanos, para ser mal sustituidos, siguiendo modas foráneas, por multicines en los centros comerciales del extrarradio que, tal vez, también tengan sus días contados ante el avance de nuevas formas de vida y de diversión.