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Los pródigos de la CAM

Hay que tener mucha cara dura, o una memoria más frágil que una cristalería de Bohemia, para cambiar radicalmente el discurso. Modesto declaró ante el magistrado Gómez Bermúdez, instructor del caso, que sus funciones en la entidad alicantina eran meramente protocolarias, vamos que era más un florero que otra cosa, un objeto decorativo, aunque de mal gusto, y que de vez en cuando, y en la intimidad, charlaba con el otrora jefe del Consell Camps, vaya a saber usted de qué, y con el obispo, que sepamos sin mediar sacramento de confesión. Pero hete aquí que el muy noble y leal, a la CAM, a sus trabajadores, a los impositores, y a los contribuyentes en general que a posteriori tuvieron que rascarse el bolsillo para arreglar los entuertos de la pandilla de Roberto, refiere ahora en su recurso ante la acusación de enriquecerse malamente con los dineros de la caja alicantina, que no, que sí, que tenía muchas cosas que hacer, válgame Dios, no paraba, era un torbellino de trabajo, se le amontonaban los expedientes a solucionar encima de su mesa, agobiado llegaba a su casa todos los días el «probe» Modesto. De ahí que la pandilla de Roberto, tuviera a bien premiar su dedicación a la causa con unos modestos estipendios que no iban mucho más allá que unos trescientos mil euros anuales, una minucia para la preparación, el interés, y la dedicación en cuerpo y alma de Modesto para con la caja que en mala hora alguien le nominara a presidir.

En un rocambolesco recurso, los abogados de Modesto, intentan, sin mucho éxito, demostrar que las dietas percibidas por su defendido no fueron más que la justa retribución en compensación a su intensa labor en favor de la entidad que presidía. Ponen énfasis en que Modesto también presidía Tinser, esa empresa creada por la pandilla de Roberto para mayor gloria de sus chanchullos, y que ello, oye tú, le ocasionaba al bueno de Modesto innumerables quebraderos de cabeza, teniendo que ir casi todos los días a Oscar Esplá, a otro despacho habilitado a tal fin. Definitivamente se cebaron con él, explican en el recurso sus abogados, la muchachada de la sexta planta abusó de la predisposición al trabajo de Modesto, empresario modelo y modesto donde los hubiera, continúan loando a su defendido. Lógico pues, insisten los letrados, tras el cambio radical de versión en cuanto a sus idas y venidas por los despachos de la extinta CAM, que percibiera esas manidas dietas, que al fin y al cabo trababan de compensar el tesón y entrega de Modesto a la causa de Roberto y su pandilla, darse un festín con el dinero ajeno, sinecuras y canonjías que ampliaba la plantilla de los galácticos de la sexta.

Desde la confirmación de que el presidente de la Caja de Ahorros del Mediterráneo nunca lo fue con carácter ejecutivo, sino meramente institucional, y de que por ello cobraba unas dietas marcadas por la legislación vigente por asistir a reuniones oficiales de la entidad según se desprendía de estatutos y estructura institucional, teniendo a su disposición además una tarjeta y un móvil de la entidad para su uso personal, en ningún momento de la larga y centenaria historia de la caja alicantina, ningún presidente pidió ni tuvo estipendio alguno. Así estaba establecido por la tradición y por la mesura con la que se regían los destinos de la institución financiera. Es más, en los tiempos del antecesor a Roberto y su pandilla, se promovió un viaje de lujo para los componentes del Consejo de Administración, con parejas incluidas, y a los que se apuntaban altos directivos y algún que otro amiguete, con el fin, se decía, compensar de alguna manera la dedicación a la institución, a lo que habría que añadir ese regalo millonario que en Navidades recibían todos en sus domicilios. Pues bien, nuestro Modesto, no contento con todo ello, y ante el espectáculo deprimente que daban los componentes de la pandilla de Roberto subiéndose sueldos y dándose homenajes cada dos por tres, preso de la envidia, decidió que él también quería su parte del pastel. Que ya verían lo que harían y cómo, pero que él tenía también sus necesidades, vaya que sí.

Y de ese compadreo con el dinero de los demás, nacieron sus famosas dietas de trescientos mil euros por año presidido. Tinser era la solución, toma otra presidencia, toma el dinero y corre. Todos contentos, todos prodigando con la caja de la Caja. Espaldas cubiertas, un nuevo componente del equipo titular, otra boca cerrada en la que las moscas no entraban, otro con halitosis de dinero podrido, de dinero trincado. Así, sin prisas ni pausas, con los pelotones de colaboracionistas necesarios, nacieron los pródigos de la CAM, unos profesionales que, amparados en el hermanamiento del monipodio, despojados del honor, haciendo de la farsa y el subterfugio su herramienta de trabajo, sellaron bocas, promovieron negocios ruinosos, administraron con deslealtad los bienes puestos en sus manos, para terminar asestando el golpe definitivo a la CAM y, al tiempo, multiplicando sus patrimonios.

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