El pasado 31 de mayo, tuve la satisfacción de presentar en la sala de exposiciones del Museo de Arte Contemporáneo de Elche, la novela de José Jurado Ramos titulada Refugiados de otro tiempo. Un libro que trata en el sentido más amplio y profundo, sobre una parte de la historia de nuestra ciudad. El autor, natural de Rute en la provincia de Córdoba, es un representante de esos nuevos ilicitanos venidos de otras regiones de España, que hicieron de Elche su casa, sin renunciar a sus raíces, lo que tanto ha beneficiado y enriquecido a la ciudad. Son varias las novelas publicadas por él, además de hacer la incursión en otros géneros, como el del cuento infantil.

En la novela que acaba de presentar, narra la historia de aquellos musulmanes expulsados el año 1609 de los reinos de España, contada desde el punto de vista de uno de ellos, en este caso una mujer, Fátima Abdul Salim, describiendo a través de este personaje cómo era la vida cotidiana de una aljama mudéjar, después morisca. La aljama que se recrea es la de la ciudad de Elche, creada ahora hace 750 años, el espacio del actual Raval de Sant Joan. El autor nos introduce en la vida cotidiana de aquella aljama, en un relato a través de un largo y minucioso recorrido por los archivos y en el que están presentes las obras de los poetas, de los filósofos, de los místicos musulmanes y también cristianos; tal vez sea la mística el espacio de encuentro ecuménico de estas dos confesiones religiosas.

De las ciudades queda sobre todo, aquello que en la literatura o en las manifestaciones artísticas se plasma de ellas. Al recrearnos la vida de la antigua aljama, el autor nos hace despertar la memoria y a la vez ensancha el sentido identitario de nuestra comunidad. La literatura tiene el don de rememorar una parte de nuestro pasado que hemos sepultado en el olvido. En este caso nos evoca esa «mitad de nuestra alma» y en la evocación, en el recuerdo encontramos el significado a muchas de las realidades cotidianas de nuestras vidas, en el mundo del arte, del cultivo de los campos, de la gastronomía, en el mundo de la artesanía, en las palabras de nuestra toponimia y aquellas afectuosas con que despertábamos al mundo, como pedir, la «ma» en vez del agua, y llamar «tà» al padre. El conocimiento y la valoración de esta cultura olvidada, nos sitúa en mejor posición a la hora de valorar aquella en la que hemos sido educados.

La evocación de la historia, sin duda nos puede ayudar a encontrar significación a los restos arqueológicos y su inserción en la vida urbana. Los hallazgos de estos restos en la Plaça de Dalt o del Mercat, pueden ayudar a encontrar una solución idónea en las mejoras que se deban adoptar en el Mercado y su entorno. También la celebración del setecientos cincuenta aniversario de la creación de la antigua aljama, debería propiciar un debate sobre la necesidad de parar la sistemática destrucción de este barrio, que si en otras épocas como se nos cuenta en la novela, fue fruto del fanatismo religioso, en estos tiempos ha sido sustituido además de por la dejadez, por el fanatismo de la especulación. No se trata de un ejercicio puramente nostálgico, ni tampoco de un arrepentimiento por las injusticias del pasado, supuesto que «nadie es culpable del pecado de sus padres», ni tampoco de idealizar un pasado que seguro tampoco sería tan ideal como la imagen surgida de nuestras nostalgias. Acordarse, decía don Miguel de Unamuno, es vivir y es necesario despertar la memoria para conocer el presente y poder encarar mejor el futuro. Al ensanchar nuestra perspectiva del pasado, ampliamos el sentido de la identidad en el más profundo significado del término y que en la vida política adquiere su significación más plena en la ciudad. La identidad significa sentirse identificado, sentir que compartimos un espacio común, una casa común. En la medida que ampliamos la perspectiva de esta casa, otros nuevos moradores se sentirán más en casa propia. Desde el compromiso con la política local se entiende mejor esta construcción de la ciudadanía. La esencia de la política es la cooperación, la amistad civil, la relación de vecindad. Una relación de vecindad que se debe ampliar más allá de nuestra ciudad. Son muchos los campos posibles en los que se puede llevar a cabo esta cooperación; estrechar los lazos con los municipios de los que son originarios los inmigrantes podía ser uno de ellos; tal vez la cooperación en el desarrollo de la investigación de la palmera, pudiera ser uno de los puntos más emblemáticos.

El autor, al recrear en el mundo de la narración histórica el éxodo de aquellos ilicitanos, nos alerta de la grave situación actual de los refugiados y nos ayuda a comprender mejor el drama de tantas personas en el presente. Recordar la historia olvidada de nuestra ciudad se convierte en un acto cívico. Las palabras de Fátima Abdul Salim en las que nos advierte de que si persisten los fanatismos, la realidad futura será mayor que aquella de la que fue testigo, tienen un carácter profético para estos tiempos.