Nuevamente los sucesos de Dallas remueven el sistema político del «american establishment». El país emblema en la defensa de los derechos Humanos y por la democracia se ve ante una compleja encrucijada: muertes de ciudadanos negros por violencia racista policial y muertes de agentes de la policía por represalia violenta de ciudadanos afroamericanos.

¿Otra vez habría que cruzar el puente Edmund Pettus como en 1965 y caminar en las marchas entre blancos y negros de Montgomery donde se reprimieron duramente a los manifestantes?

El asesinato de Dallas de un ciudadano estadunidense afroamericano no es diferente a lo sucedido en Ferguson con la muerte de Brown de tan solo 18 años, o del niño que jugaba con un arma de juguete ni los casos de Alton Sterling en Luisiana y Philando Castile que el policía le disparó cuando intentaba sacar la documentación previo aviso de que portaba un arma, entre otros muchos casos de similar violencia policial.

Ahora el crimen ha sido al revés. Unos ciudadanos afroamericanos han tomado la justicia por sus manos y han matado a cinco agentes y heridos a otros. El odio trae violencia, el odio supera lo racional, potencia la intolerancia y el miedo, busca la violencia ante la incapacidad de concebir el diálogo o la negociación.

Hay un proverbio bíblico que dice que quien a hierro mata a hierro muere, pero cuando hay justicia y existe un estado de derecho se aplica la ley, que debe ser igual para todos con prioridad para los ciudadanos sea del color que sea o creencia o nacionalidad.

El propio presidente Barack Obama reconoció en el 50 aniversario expresó «sabemos que la marcha no ha terminado» ante miles de personas en el puente Edmund Pettus, donde los activistas fueron duramente reprimidos por la Policía en 1965, episodio que pasó a la historia como el «Bloody Sunday» («El domingo sangriento»).

El racismo subsiste en el siglo XXI sin crédito científico, intelectual ni ideológico, se mantiene como una enfermedad endémica dentro de su propio sistema, en democracias y no democracias.

Esos sucesos de policías racistas y violentos contra los ciudadanos negros y ahora estos contra agentes blancos complica el panorama de distención que se requiere en esa comunidad y para ese país. No es justo ni lo uno ni lo otro.

Las desigualdades y el racismo generan violencias, divisiones y más tarde luchas con desenlace no democrático. Se requieren opciones morales claras y contundentes por el Gobierno y las instituciones para acabar con el racismo y los brotes de violencia.

La plutocracia estadounidense deberá terminar con su política armamentista, del culto al rifle por encima de la confianza y la cooperación entre iguales. La desigualdad es destructiva, destruye desde dentro, su impacto en las diferencias materiales y morales tarda mucho tiempo en hacerse visible por lo que las instituciones políticas y administrativas, educacionales y sociales tienen un arduo trabajo que realizar para revertir ese fenómeno de superioridad o inferioridad que se da en las personas cuando se consolidan los prejuicios en los diferentes estratos de la sociedad.

Si se quiere terminar con esos graves incidentes racistas, el Estado panóptico yanqui deberá cambiar su adulación acrítica de la riqueza, como una de las principales causas de la corrupción de sus sentimientos morales y del desprecio hacia los negros, los homosexuales, los latinoamericanos, y los distintos de cualquier nacionalidad y que algunos grupos consideran inferiores.

El presidente Obama conversó con el alcalde de Dallas, Mike Rawlings, y le expresó sus «profundas condolencias». Confesó estar «horrorizado» por lo sucedido y aseguró que se trató de un ataque «despiadado» y «despreciable».

Quizás también se pudiera interpretar a la inversa, al conocer que uno de los atacantes fue condecorado por el ejército de los Estados Unidos en la guerra contra el terrorismo en Afganistán. Era un honorable ciudadano.

Es cierto que por encima de todo está la seguridad pública y que nadie puede tomarse la justicia por sus manos. El Estado tiene los instrumentos para impartir justicia tanto para los agentes como para los ciudadanos que incumplan, por eso si el Gobierno no toma las medidas de fondo para resolver este gravísimo problema las revueltas de Ferguson como en Dallas se sofocarán, pero las causas se mantendrán como las brasas en las hogueras. Las respuestas se encuentran en la sociedad civil estadounidense desde una óptica de política pública, la sociedad estadounidense tiene graves problemas de igualdad.

El legado del reverendo Martin Luther King y las enseñanzas del líder Nelson Mandela son las mejores armas en la lucha por la paz, contra el racismo y la violencia para los dirigentes de los EE UU de América.