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Seres inhumanos

Hemos asistido en estos últimos días a demasiado dolor. La sinrazón vivida en Niza vuelve a poner en el ojo del odio a todos los musulmanes, como si no fueran ellos los primeros en sufrir los rigores y ataques de sus extremistas. Odios semejantes se han hecho verbo durante esta semana desde la trágica caída en el ruedo del último mártir de luces, Víctor Barrio. Una muestra más de esa enfermedad moral que, envuelta en las telas sentimentaloides de una moda llena de contradicciones, ha ido alarmantemente inoculando su virus del absurdo en muchos estratos de la sociedad. Parece que la marcha del torero, del amigo, del familiar, del ídolo, ha desatado en los taurinos una reacción de «ya está bien», a pesar de que esas peligrosas redes sociales ya habían servido de caja de resonancia a ataques verbales fuera de toda cordura y mínima humanidad ante percances de otros toreros. Pasen y vean, si no, las reacciones de los que se definen como defensores de los animales ante las tremebundas cornadas de Juan José Padilla, Francisco Rivera o la misma de Manuel Escribano hace menos de un mes en nuestra plaza de toros, y que llenan la hemeroteca internauta.

Hasta la invención de internet y sus redes, la mayoría de necios y tontos no tenían dónde exponer sus opiniones. Hoy pueden convertirse en «trending topic» y recolectar segundos de gloria en cualquier tertulia televisiva. Esta es la sociedad enferma en la que vivimos. Hace no más de veinte años cualquiera de esas personas que cuidan y exhiben a sus mascotas ridículamente como personas habrían sido diagnosticadas como ricachonas sin escrúpulos o desequilibradas mentales. Cómo se ha pasado a considerarlas en la actualidad como modelos a imitar, es un misterio tras el que se encierra mucho dinero en empresas de alimentación y de veterinaria. El vil metal, ya se sabe. Que la presidenta del PACMA, a punto de ser elegida para diputada con más de 280.000 votos, diga que no come tortilla de patatas porque le recuerda el sufrimiento de la gallina, deja muy a las claras en qué estado moral se encuentra nuestro país. Que esa misma «mente previlegiada», en un alarde de originalidad semántica supina, hable de «asesinos cárnicos», o defienda la creación de una sanidad pública para animales, o incite a una campaña para salvar a la madre del toro que acabó con la vida de Víctor Barrio aludiendo a una falsa tradición, no supone más que la punta de lanza de todo ese desquiciamiento. Y permítanme no dar otros nombres por no publicitar a maestros valencianos, enfermeras de lo suyo, motociclistas perdedores, anunciantes de helados ni otros personajillos de baja calaña. Ellos son solo la punta del iceberg de una patología grave, ese radicalismo animalista auspiciado por políticos mediocres, algunos de los cuales han llegado a desear que pusieran una bomba en los tendidos de las plazas.

Es complicado ser optimista ante tal panorama. Asumir que uno vive en una sociedad enferma que igual vota para que gestionen sus recursos a los mismos que les han saqueado para enriquecerse, que le da pávulo a individuos con las meninges secas y el monedero lleno, o que se preocupa más de los derechos de ciertos animales que de los de sus convecinos, se antoja ciertamente duro. Esta España de intransigencias, deshumanizada en sus valores y sentenciada a esa ilusión de libertad y felicidad a la que le condena el capitalismo más atroz, no puede esperar nada bueno. Hemos asistido sin rubor a una campaña a favor de un defraudador de impuestos como Leo Messi. Si las injustas y excesivas cláusulas bancarias que abocaron al desahucio a miles de españoles hubieran contado con la mitad de ese eco social, otro gallo hubiera cantado en nuestro país al abuso del lobby financiero y al gobierno que lo defendía.

Pero hemos perdido el oremus. Esa nueva izquierda que tantas esperanzas despertaba se ha preocupado más en crear concejalías animales para que sus mascotas suban al autobús o puedan ir a la playa que en resolver las injusticias sociales. Y volverán a vencer los de siempre sin convencer. El sentido común es ya, sin ninguna duda, el menos común de los sentidos. Y la fractura social que gratuitamente se está generando no trae más que ecos de un pasado fratricida y atroz, donde solo habita el odio y la violencia. Esa que ahora algunos se toman a risa. Que el futuro nos coja confesados.

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