Como en una de esas «pelis», road movie de turno con trepidante final, y a contrarreloj, tuve el inmenso placer de pasar 48 horas escasas en una de las regiones más sorprendentes de esta Europa que me fascina. Y, con más admiración si cabe, descubrir dos cosas (presuponía alguna, pero no es igual que darlo por seguro si cabe, que cabe vamos...): la primera que Europa sigue siendo ese lugar confortable donde me pasé unos cuantos veranos currando mientras estudiaba y viajando de «mochileo» maravilloso con mis colegas de la universidad, y a ratos con los compis de la Internacional Liberal que estábamos más movidos que los precios? La segunda, que esta Alemania de hoy, que tanto criticamos cada rato, está llena también de gente amable, trabajadora, abierta, normal y que, encima, adora nuestra forma de ser, nuestra cultura, tradiciones, comida, carácter y clima. Solo hay algo que, evidentemente no entienden, pero es que tampoco lo entiendo ni yo, y es muy fácil, esa terrible apatía que mostramos por ciertas cosas, como por ejemplo el ánimo colectivo por movernos en conjunto, generar sinergias como país o simplemente volver a ser ese pueblo aventurero, audaz y con ganas y energía de prosperar que fuimos y que, la crisis, se llevó junto al ladrillo y trajo con la vergüenza de algunos que, sin pudor, se dejaron las manos bien «metidas» en la «masa»? La aventura comienza así en un eeropuerto, el del Altet, que es una verdadera joya. Es increíble, y no sabemos tampoco valorarlo, que desde Alicante puedas volar a cientos de puntos de Europa y del Este de Europa sin hacer escalas y por precios low cost que no tienen parangón? viene a ser igual pasarte un finde en Madrid que en Hamburgo o en Cracovia, alucinante?. De ahí, coche y hasta una isla, Pellwrom, a la que creo le voy a deber mucho. Hacía mucho tiempo que no me reconciliaba con esta vieja y moderna Europa, llena de vida, de luz, de historias que contar, de verde, musgo, aire limpio, mares del Norte, olor a vida, calor de gente que te ofrece hospitalidad, sincera normalidad y sobre todo, corazones de los de toda la vida. En este viejo y deprimido continente, acabo de ver un rayito de esperanza cuando he conocido a la familia de Jan Hagen y toda su pasión por la historia de su familia. Por, pese a ser el propietario de una gran empresa, MYACHT, en Hong Kong, y haber sido capaz de cambiar su destino por hacer mestizaje personal y profesional en Asia, seguir volviendo a su «casa» donde sigue siendo el de siempre. Como en la España de los Indianos, reconquistar la tierra e invertir en ella para hacerla más y mejor. Restaurante increíble el Shipperhus en el centro de la isla, entre campos de ovejas de rostro increíble y mirada curiosa, turistas muy contados, bicicletas, y un mar que por las tardes se retira y deja un campo de suelo de fango mineral sobre el que pasear y correr restaura el alma. Creo que hacía tiempo que no cantaba por la noche guitarra en mano, y me arrancaba con unos buenos vinos (alicantinos, por cierto de Villena, Francisco Gómez) a montar uno de esos numeritos de estudiante en medio de un local ansioso por oír a estos españoles, alicantinos para más inri, tan divertidos y curiosos? que andábamos por allí. Es más, hacía tiempo que no era capaz de desconectar la mente para construir más mente, hablando de arquitectura, de arte, de vida misma en esa otra parte de Europa que sigue siendo tierra y musgo, y que, como el Teatro Clásico, construye mitos, no tan increíbles quizás como los romanos o los griegos, pero de dosis «teutónica» de glamour. De aquí queda un recuerdo, una visita que nos deben Gabriel, Jan, Roi, la familia y todos ellos a Alicante, porque si algo somos los de esta tierra, incluso los que la compartimos con Madrid, capaces, es de hacer de ella ese puntal de referencia sobre el que navegamos mares casi procelosos para, como los antiguos comerciar, intercambiar y abrir nuevos horizontes para la vida, la economía y el futuro. La madre de Jan ya me lo dijo ayer: «Alicante es una pequeña joya que conozco bien, y disfruto de Guardamar, de sus playas y de su gente, así que volveré». Y lo hará, seguro, porque valora nuestra cultura y nuestras cosas, como las suyas, es decir, mejor que nosotros mismos. Feliz domingo y que la fuerza nos acompañe. Ahora sí... La del Norte.