«Yo no llegué hasta aquí para arrugarme ante una recua de violentos. Los "puta, puta", las latas de cerveza y las monedas lanzadas, con más o menos puntería, son el precio que pago con gusto por poder decir que sigo siendo libre. Y que no tengo miedo...». Son palabras textuales de mi compañera y diputada nacional por Ciudadanos, Marta Martín, a la salida del Congreso donde todos sabemos qué ocurrió, cómo se produjo y quién les alentó y felicitó. El «putas, putas» no era sólo para mi compañera Marta, iba dirigido a todas las diputadas que no piensan como los del griterío: «Por sus obras los conoceréis».

Mi compañera Marta dice que no tiene miedo, y lo sé. Es necesario ser valiente para estar en política. Yo, como ella, tampoco he tenido miedo nunca. Pero algo está pasando en la política que nos debe preocupar a todos: la semilla del odio está aflorando en muchos jóvenes, y esto es difícil de entender. Jóvenes que, en su mayor parte, pertenecen a una generación que ha nacido y crecido entre «algodones políticos» (nuestra transición fue modélica) y sin embargo algunos echan espuma por la boca. Oyendo su dialéctica, cualquiera pensaría que algunos estuvieron en el frente, sufrieron las penurias de la «puta» Guerra Civil e incluso, supuestamente, la bota de Franco, en primera persona, sobre su cuello. Esto es difícil de explicar, pero está ocurriendo. Y es digno de análisis como fenómeno social y merecedor de una profunda reflexión.

La semilla del «puto» odio está siendo perfectamente inoculada con políticas de laboratorio en una parte de nuestra juventud. Y esto no es bueno y, además, tiene consecuencias directas en una sociedad desnortada, sumergida en una lacerante crisis económica, de oportunidades, de valores, y con las principales instituciones desparramadas por el pasillo del hospital, justo al lado de la puerta de psiquiatría. Defender y mantener la democracia y sus valores no es fácil y nunca ha sido gratis: que le pregunten al diputado socialista Eduardo Madina, porque a Miguel Ángel Blanco ya no le podemos preguntar nada...

La demagogia puede ser gratis, siempre que se mantenga el respeto a los demás. Lo otro, la «puta» demagogia no debería salir gratis jamás y todos, como sociedad, deberíamos tener el coraje de denunciarla y plantarle cara. Marta, gracias por no tener miedo, como tampoco lo tienen el resto de diputadas; pero gracias, sobre todo, por decirlo en voz alta. La altura de miras, y la imagen de entereza, coraje y saber estar del diputado socialista Madina frente a Rufián hace que muchos sigamos creyendo que nuestra democracia, con defectos, tics y vaivenes, ha sido, es y siempre será nuestra casa común, nuestro triunfo. Las nubes de lágrimas, los chorros de sudor y el manantial de sangre inocente vertida por tantos españoles ha valido la pena. A ellos les debemos lo que somos y lo mucho que hemos conseguido. ¡Claro que ha valido la pena!