Seguramente el que ideara la Segunda División B esconderá como pueda su paternidad. Si nació como una especie de purgatorio para que los equipos que descendían de la Segunda no se vieran abocados a militar en el infierno de la Tercera División, con el paso del tiempo, y el aumento considerable de equipos, de 40 a 80, más la norma de ascensos, 4 para 80 clubes, ha determinado que lo que en principio se presentara como una categoría puente, haya terminado por ser maldita. Cada vez que el Hércules ha descendido a esta detestable división, ha permanecido al menos cuatro años, en la primera etapa en Segunda B a principios de la década de los noventa, y seis años, en la segunda época, esta vez a principios del nuevo siglo. En la actual, tercer ciclo en la división de bronce, ya llevamos tres, en la esperanza de batir el récord en positivo y dejarlo en esa cifra.

Ni bajo la presidencia de Orgilés y Albarracín se consiguió el ascenso, es más en la 89/90 el equipo blanquiazul, acabó en un penoso decimotercer puesto en la tabla. Eran malos tiempos para la entidad, que se tornaron en una temporada exitosa con la llegada a la presidencia de Aniceto Benito, procedente del Benidorm donde su gestión había sido más que eficaz, y al banquillo de Quique Hernández, que, aun clasificando al equipo cuarto, en la liguilla de promoción consiguió el anhelado ascenso de categoría con aquel eje compuesto por Falagán, Paquito, Parra y Rodríguez. El calvario de la Segunda B quedaba atrás. Al cabo de seis años, incluido el que militara el equipo entre los grandes con aquella mítica victoria en el Camp Nou por 2-3, con Rodríguez de figura, volvimos a caer a la maldita categoría de bronce que nos retuvo durante seis largos y tediosos años.

Tras el paso de Luis Esteban por la presidencia, comienza la era Ortiz con años turbulentos en los que el máximo accionista se hace con el control de la entidad, traspasando la responsabilidad de la presidencia a otros, ya fuera por lazos familiares como por implicación en el accionariado. Durante esos interminables seis años, el club pasó por situaciones institucionales comprometidas, y por si faltaba algo, el ascenso del Alicante, con el que tuvo que compartir estadio, todavía en manos del Ayuntamiento alicantino. Tas dos nefastas temporadas quedando undécimo y noveno, con el Alicante siempre por encima, llegó la del ascenso con el equipo clasificado en segunda posición, una vez más tras el Alicante que quedó campeón de grupo. Pero el destino quiso que el Hércules subiera, en aquella última eliminatoria ante el Alcalá, y el Alicante aun habiendo sido primero, no ascendiera.

De nuevo tras ascender a Primera División en el 2010, con nuevo triunfo ante los azulgranas en Barcelona, y tres años más en Segunda, se consumó un nuevo descenso ocupando la última posición de la tabla en 2014, y hasta la fecha. La cruda realidad deja patente que con Ortiz de mandatario hemos estado más años en Segunda B que en ninguna otra categoría. Una maldita categoría que nunca se nos ha dado bien y en la que el equipo ha tenido más sinsabores que éxitos. El solo hecho de militar en ella es una deshonra para un club de la historia y trayectoria del Hércules. Ni un año más en este pozo sin fondo de la Segunda B. La plantilla y Tevenet tienen la obligación de poner al club donde merece la afición y la ciudad de Alicante.