Hoy lunes se conocerá el resultado del referéndum italiano, convocado, como todos los refrendos celebrados recientemente en distintos países y por diversos motivos, en medio de un clima crispado y cargado de incertidumbre. Aunque Matteo Renzi, el primer ministro italiano, ha pretendido convertirlo en un plebiscito, poniendo en juego su cargo en caso de un resultado adverso (una maniobra que en los últimos días ha tratado de desactivar), qué duda cabe que supone una moneda lanzada al aire que, en cualquier caso, va a profundizar la división de un país que se encuentra en una situación alarmante.

El contenido del referéndum en sí mismo, cuyos puntos esenciales venían siendo reclamados desde hace tiempo por la opinión pública italiana, partidos políticos y expertos constitucionalistas, se ha convertido en el rompeolas donde chocan las embestidas de todos aquéllos que apuestan «a cuando peor, mejor." Pese a que en la letra de la pregunta planteada, ciertamente indescifrable para un elector medio, se mezclan temas muy distintos, está claro que se trata de facilitar la gobernabilidad de un país a la deriva, eliminando pesadas e ineficaces instituciones que venían de una situación histórica -el fin del fascismo y la recuperación para la democracia de la Constitución de 1947- que, tras más de sesenta años de vigencia, exigían su reforma.

No deja de sorprender que, siendo la reforma propuesta respetuosa con el núcleo básico de la Constitución italiana, haya recibido el rechazo de fuerzas políticas que, por lógica, deberían apoyarlo; sobre todo cuando, en las circunstancias actuales de Italia, con una economía deprimida, un sistema financiero al borde de la quiebra y fuertes núcleos de corrupción que se amparan precisamente en las estructuras políticas existentes, la reforma constitucional vendría a paliar en buena medida todos estos problemas y a relanzar la economía italiana.

Una de las cuestiones que ensombrecen el contexto de la consulta es la utilización del arma del referéndum, sin que se haya antes alcanzado un acuerdo suficiente entre las fuerzas políticas parlamentarias. Como ha subrayado G. Zagrebelski, uno de los juristas más respetados en el mundo -quien se ha pronunciado por el «no»- debería haberse concitado el consenso más amplio posible, además de ser más ambiciosa y no mezclar tantos temas, como en este caso.

Más inquietante es la respuesta a la contra de otros sectores que, como decía, apuestan por la confusión y por sacar tajada, demagógicamente, de la gestión del resultado, cualquiera que éste sea. Beppe Grillo, el representante del sector más populista de Italia, llama a votar «con las vísceras, no con la cabeza», mientras Matteo Salvini, un conocido lepenista, pide que se vote de adverso para castigar a Bruselas y a la UE, a la que considera el origen de todos los males. Por su parte, Berlusconi, a pesar de que ha defendido en otro tiempo una reforma similar a ésta, se suma ahora al bando del «no» para resucitar políticamente.

El referéndum italiano refleja, en fin, lo que muchos han descrito como el fin de una época, la disolución de los partidos tradicionales, y el ascenso de los populismos de toda especie. Porque es evidente que los populismos pretenden enterrar la idea de Europa y los valores que encierra. Tal como sucediera en los tiempos nefastos de los años treinta del siglo pasado, y pese a que el populismo se presente hoy con otros ropajes, la amenaza que representan está ahí. Frente a éstos, no cabe esperar que los principios básicos del constitucionalismo se defiendan por sí solos. Hace falta una actitud activa por parte de todos los que se dan cuenta, a pesar de las dificultades y errores de la clase política, que conceder bazas al populismo es el camino más seguro para arruinar el legado de principios y valores que son la base de una sociedad civilizada.

Recomiendo en este sentido la lectura del ensayo de José Luis Pardo, que ha recibido hace pocos días el premio Anagrama y que se titula «Estudios del Malestar. Políticas de la autenticidad en las sociedades contemporáneas». Que tengan buena y aleccionadora lectura.