« Oh memoria, enemiga mortal

de mi descanso»

Don Quijote de la Mancha.

Segunda parte, capítulo XXVII

Tal vez usted, desocupado lector, haya decidido durante este año que se termina leer alguno de los escritos que bajo el título El ojo crítico tienen a bien publicarme todos los viernes los responsables del periódico que tiene en sus manos. Habrá podido observar que la literatura, en cualquiera de sus vertientes, constituye uno de los pilares básicos de casi todo lo que escribo y público en esta sección de opinión. Y ello es así porque creo que cualquier crónica que se quiera hacer de la actualidad política, social y cultural de nuestro país debe tener en cuenta a los mejores pensadores que, sin duda alguna, se encuentran en el ensayo, en la novela o en la poesía y no en el fútbol ni en ridículos programas de televisión por mucho que se nos trate de convencer de ello.

Le hubiera gustado a uno que el 2016 hubiese sido, de verdad, el año Cervantes tal y como se aseguró por parte de las autoridades competentes a principios de año, celebrándose el 400 aniversario de su fallecimiento como se debía. Tiene uno la sensación de que lo que tendría que haber sido un homenaje profundo a su obra y a su persona ha terminado por desaprovecharse. ¿Se podría haber enlazado la España del siglo XXI con la de principios del siglo XVII? ¿No se pueden extraer conclusiones a nuestros problemas parecidas a las que Cervantes plasmó en su gran obra? Ya en abril el diario Le Figaro advirtió la poca repercusión que la conmemoración de Cervantes estaba teniendo en el extranjero, al contrario de la de Shakespeare, a causa de «la falta de medios y floja preparación de España». Los diversos actos que se han celebrado alrededor de la figura de Cervantes han tenido un carácter local. Ha faltado una organización central con fuerte proyección al exterior que quizás hubiera servido de bálsamo de fierabrás de la sociedad española, tan fatigada por la vorágine política del último año y medio.

Ante la escasez de medios gubernamentales destinados a la celebración del 400 aniversario del fallecimiento de Miguel de Cervantes debemos acudir a la literatura. Imprescindible me parece el último libro de Jordi Gracia, que con el título Miguel de Cervantes. La conquista de la ironía (Editorial Taurus) está llamado a convertirse en la biografía por excelencia del autor alcalaíno. Cree Gracia que Cervantes humaniza a sus personajes dotándoles de memoria porque « escarmentados por la experiencia, cada evocación sirve para trazar por dentro una historia orgánica como memoria de sí misma». Siguiendo los pasos de Cervantes entendemos mejor las idas y venidas de don Quijote y su fiel Sancho. El Quijote supone la plasmación de la sociedad española del siglo XVI, con sus luces y sus sombras, pero también la del propio autor. Los personajes que aparecen en sus páginas son el reflejo de lo que conoció en su época de soldado y de recaudador de impuestos, que tantos quebraderos de cabeza le trajo.

En su libro Siguiendo mi camino (Editorial Acantilado, 2013) ha dicho Mauricio Wiesenthal que Cervantes es un defensor de la piedad interior, verdadera y valiente. Creo que la cápsula en el tiempo que supone el Quijote se abre ante nosotros para adentrarnos en un pasado que explica nuestro presente. No es casual que muchas de las frases hechas de nuestro vocabulario actual (con su pan se lo coman, de mis viñas vengo, poner puertas al campo) sean frases sacadas del libro de Cervantes. El conocido discurso de Dorotea o el de las armas y las letras nos cortan la respiración al leerlo mientras nos imaginamos ser destinatarios del lamento de Dorotea o ser partícipes alguna vez en nuestras vidas de ese lugar de camaradería y valor del que nos habla Cervantes por boca de don Quijote.

La importancia del Quijote en la actualidad reside en que el lector puede trasladar lo que en él se cuenta a la España actual. Sabiendo observar en sus personajes y en sus historias el lector atento puede encontrar las mismas causas a los mismos problemas que hoy tenemos. También puede darse cuenta de que las vidas de nuestros antepasados de aquella España, la de las fondas y los caminos de tierra, la de los terratenientes y los aparceros, la de las personas bondadosas y los miserables, son muy parecidas a las nuestras. Esto es lo que trató de hallar Azorín en su libro La ruta de don Quijote (1905), cuando subido una carreta o a una mula fue en búsqueda de los lugares que recorrieron don Quijote y Sancho, haciendo la crónica de una historia, la nuestra, en los detalles más insignificantes.

Tal vez nuestro pasado, también este pasado inmediato del año 2016 que ahora dejamos, sea lo único real. Lo que fuimos. Si el futuro no existe y el presente se nos escapa entre los dedos sin que podamos evitarlo, sólo en el pasado nos encontramos, nos explicamos y, a veces, nos refugiamos.

Feliz año nuevo.