«No me gusta anticiparme a los acontecimientos. Veremos qué hace», decía el papa Francisco preguntado por Trump; esta vez se mostraba mas político que profético. Las mujeres en EE UU y en varias capitales europeas no esperaron acontecimientos. Al día siguiente de la toma de posesión del nuevo presidente norteamericano convocaron manifestaciones como no se recordaban en Washington desde la guerra de Vietnam. «Los, en esencia, objetos estéticamente agradables» como definió Donald Trump a las mujeres declararon su oposición activa. No tenían necesidad de esperar, y embutidas en sus gorros o sombreros rosas llenaron las avenidas de la capital, de consignas y pancartas anti-Trump. Va a ser la mayor oposición de su legislatura. Sin duda.

La revolución social del siglo XX fue la de las mujeres. La mitad de la humanidad ha ido conquistando una situación y unos derechos iguales a los hombres. El primero fue el derecho al voto reivindicado por el movimiento sufragista. En España, abanderadas por Clara Campoamor, encontraron la resistencia de la izquierda que temía que los votos femeninos engrosaran los votos conservadores. Hasta la Constitución de 1978, no hace ni medio siglo, la mujer española no obtuvo el reconocimiento formal de sus derechos. Y desde entonces ha ido aumentando su presencia en el mercado de trabajo y profesional. La mujer siempre ha trabajado, pero en el espacio doméstico. Ahora trabaja fuera -en general, además de las tareas domésticas- y va ocupando espacios en lugares de responsabilidad, en la empresa, en la política, en la administración. Y en la universidad son las más brillantes. El siglo XX fue el escenario de la revolución soviética pero el cambio más profundo en las sociedades ha sido el protagonismo conquistado por las mujeres en las sociedades mas desarrolladas -¿o más desarrolladas precisamente por ese nuevo papel de la mujer?- y que se va extendiendo lenta pero inexorablemente a países en que la mujer sigue en papeles relegados. El efecto mostración es imparable, y mas en la época de las redes sociales.

Para confirmar la intuición de las mujeres, el día de la toma de posesión del nuevo presidente pudimos ver dos gestos antológicos. El primero, Trump aún en el estrado, se volvió hacia una sonriente Melania Trump y algo le dijo que esta agachó la vista y le cambió el gesto y hasta el color; el segundo fue cuando los Obama les recibieron en la Casa Blanca. Cuando él subió las escaleras y dejó a su mujer por detrás a la distancia que marcaría un ortodoxo machista. Obama bajó a tenderle la mano a la señora Trump. El lenguaje de los hechos dice más que muchas palabras.

El mas significativo de los «acontecimientos» que esperaba el papa, es la prohibición de entrar en EE UU por razón de origen. No porque sean sospechosos de terrorismo o delincuentes; sino por la nacionalidad. Incluidos los nacidos en algún país aliado de los norteamericanos como Irak, con quien está combatiendo contra el ISIS. Claro que todos los vetados son países islamistas, casualmente. Está en su derecho prohibir la entrada en EE UU pero hacerlo por origen, religión o raza contradice los derechos humanos. La aplicación de la tortura con los detenidos la considera «eficaz», y su aplicación la ha dejado a criterio de los servicios de seguridad. Las medidas proteccionistas unilaterales, o el incumplimiento del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA) vulneran las normas internacionales de la Organización Mundial del Consumo que ellos promovieron.

Si la esperanza de contención podía estar en el Senado, ya ha demostrado que está dispuesto a cambiar las normas: basta con la mayoría simple del centenar de senadores para nombrar al juez del Supremo,-los republicanos tienen 52-, cuando hasta la semana pasada hacían falta sesenta votos. La oposición de las mujeres a las políticas de Trump va a quedar patente en muchos ámbitos, no solo en manifestaciones feministas sino en todas las categorías y sectores sociales, desde los artísticos, como los próximos premios Oscar, hasta los científicos y empresariales. Los decretos pueden cambiar cargos e instituciones, pero para los cambios sociales no bastan. La rebelión rosa de las mujeres está por encima de fronteras, clases o categorías sociales. El frente que se ha plantado ante el presidente tiene un carácter transversal, un fuerte arraigo social, y una amplitud inusitada. Y probablemente tendrá serias repercusiones en las elecciones norteamericanas del próximo año.