evo desde ayer sin saber si hablar de varios niños que han sido protagonistas de esta semana, o bien de los congresos de PP y Podemos. Empecemos por esto último y así nos lo quitamos de encima. A Iglesias se le nota que es un lobo con piel de cordero, cuando dice en voz alta lo que piensa, que a Errejón no le tendría que haber dado tanta cuerda, reflexión poco democrática, pero reveladora, al tiempo que pretende confundirnos con la guitarra, como de buen chaval de la parroquia comunista. Errejón parece menos radical, aunque es posible que precisamente por esto acaben pasándolo por la quilla. En todo caso, la herida en este partido es especialmente profunda por lo prematura. Por su parte, al PP le han caído como una losa los pactos de varios empresarios con la fiscalía, admitiendo haberlo financiado ilegalmente, que han coincidido nefastamente con la primera condena por el caso Gürtel. Todo este cóctel tal vez haga tambalearse el suelo de Cospedal, a pesar de que ella pretenda pisar fuerte.

Pero déjenme que hable de los niños, de la de 13 años, no sabemos si prostituida o sólo abandonada a su suerte en Almería, que ya es bastante, y a la que la madre maltrataba si no le traía alcohol. Aunque mediático, un caso de tantos, me temo. O del horrendo Saturno que se arrojó por la ventana con su hija en brazos, para hacer daño a la madre de la criatura. Por no hablar del pequeño sirio que amenazó con contarle a Dios todas las atrocidades de la guerra que finalmente acabó con su vida, después de ser víctima de una bomba y mientras trataban infructuosamente de salvarle la vida. Espero que se chive de todo, todo. Son situaciones que nos deberían conmover, pero que parece que no nos importan, porque no nos altera lo más mínimo la vida. Nos hemos hecho indolentes, que es lo peor, lo que Benedetti tanto odiaba, cuando nos exhortaba a que no reserváramos del mundo sólo un lugar tranquilo. Nos hemos hecho cómodos y pasotas, encerrados en nuestro pequeño mundo falsamente seguro. Porque pasan cosas terribles, incluso en la puerta de al lado, aunque no lo queramos ver.

Y acabo con una alicantina que nos ha dejado esta semana, Carmen Lafuente, una niña con capacidades diferentes. Fue ejemplo de lucha, de superación, de ganas de vivir y de sonrisa. Tuvo una vida corta en la que sufrió, pero aun así amaba la vida. Y yo quería terminar hoy con el recuerdo de su pérdida. Doloroso, aunque gozoso por el amor que dejó y por la familia tan admirable que tenía, lo que representa un cierto rayo de esperanza en este mundo tan cruel. Ojalá alguien pueda decir lo mismo de nosotros cuando nos marchemos.