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Arturo Ruiz

Así no habrá mundo nuevo

Natxo Bellido advirtiéndole a Gabriel Echávarri: «Hemos venido al Ayuntamiento para hacer las cosas diferentes, no como se hacían antes». Pocas cosas más tristes le puede decir el portavoz de un gobierno local a su propio alcalde: admite Bellido cierta resignación, cierto fracaso. Le está diciendo a su socio político que el resultado final de este viaje no merecía tantas esperanzas. Lo del tripartito de Alicante es como lo de ciertas comunidades europeas que emigraron a América a partir del XVII y que, en vez de dedicarse a fundar en tierra virgen un mundo nuevo, se llevaron consigo el odio de las persecuciones religiosas del viejo continente y repitieron la noche de San Bartolomé de París quemando brujas en Salem: oportunidades históricas dilapidadas, futuros arruinados por los vicios eternos del pasado. Salvando las distancias y los siglos, algo de eso le pasa a la izquierda de esta ciudad: después de tantos años de espera soportando los carices más amargos de los gobiernos de Díaz Alperi y Castedo, ahora que había llegado al fin de la travesía del desierto y acariciado el poder con las manos, repite los peores gestos de aquellos gabinetes del PP y su alcalde fulmina a la cuñada de Luis Barcala como represalia a la denuncia presentada por los populares ante la Fiscalía a causa de unos contratos en Comercio que, por cierto, permanecen aún sin aclarar.

Esta práctica de hacerle pagar a los familiares del enemigo los platos rotos de las diatribas políticas es rancia, amarga: suena a las viejas guerras de despachos y clanes familiares, a maniobras de salón con ruidos de navajas amortiguados por las moquetas nobles de los ayuntamientos. Suena a los turnos amañados de Sagasta, llegan los liberales y se van los conservadores a casa porque si no eres de mi cuerda no puedes estar aquí, valgas o no valgas. Suena a la cenicienta burocracia española de siempre, la que desasosegó a Larra, hartó a Azaña, dolió a Machado.

En este caso con el agravante de que el concejal de Cultura, Daniel Simón, de Guanyar, había elogiado la labor de la familiar de Barcala defenestrada, Catalina Rodríguez, quien por lo tanto se supone le estaba haciendo un buen servicio a esta ciudad. Pero eso es lo último que parece importarle a Echávarri, sólo preocupado por su propio destino aunque sea a costa de darle alas a la oposición al permitirle a su principal enemigo político, Barcala, enfundarse el papel de víctima. Así, el alcalde no sólo ha perjudicado al municipio que gestiona sino también a su propio partido y a esas izquierdas que habían soñado las cosas diferentes de las que hablaba Bellido. Pensando en fastidiar a los enemigos, Echávarri le está preparando a sus amigos otra nueva y desesperante travesía del desierto quien sabe si todavía con menos oasis que la anterior.

(Y mientras, hay gente, esa gente que esperaba un mundo nuevo más allá de Castedo y de Alperi, que sigue creyéndoselo: por ejemplo la gente de Comisiones Obreras, se supone uno de los sindicatos más próximos al tripartito, poniendo este sábado pegatinas en las calles con nombres franquistas en un gesto tan simbólico como impotente para que las cosas, efectivamente, cambien de una vez. Por eso sonaba tan triste Bellido: condensaba rabia al comprobar cómo el tripartito va camino de defraudar en apenas dos años tantos anhelos fraguados durante veinte de oposición).

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