Hace ya años que leí unas páginas bellísimas y emotivas de Juan Gil-Albert en su libro La trama inextricable. Narraba un episodio inesperado tras su llegada del exilio en agosto de 1947. Un episodio que se prolongó durante meses y en el que fue testigo del trance más terrible y crítico, así lo expresaba, en el que había visto debatirse «a criatura alguna». Su conocido humanismo, por un lado, y su estética literaria, por otro, alumbraban un relato en el que fluía, sobre todo, un sentimiento.

Hablaba de X, denominación que daba en aquellas páginas a su cuñado Venancio Aura, casado con su hermana, y a quien conocía desde su juventud. Después de volar desde su exilio en México a Madrid y desplazarse seguidamente en tren a su tierra, X le esperaba en la estación junto a su mujer, que sostenía en brazos a la niña pequeña de ambos y ahijada del escritor. El tren llegó a mediodía y, ya por la tarde, Gil-Albert recibió la fatídica noticia que afectaba al cuñado, a quien notó envejecido y ajado, a pesar de que rondaba los cuarenta años. Fue el propio Venancio Aura, médico que dirigía un sanatorio antituberculoso en Albacete, quien le confesó el motivo: «No estoy bien; comprenderás el ahínco con que esperaba tu llegada, al decirte que tú vienes y yo me voy: pueden quedarme, a lo sumo, seis meses de vida».

Gil-Albert no supo qué decir, incluso escribió que estaban de más los recursos convencionales. Por eso continuó escuchándole, en silencio, mientras el cuñado le informaba sobre su enfermedad y sobre la posibilidad de un tratamiento en Madrid o en Londres, si era necesario, del que no parecía esperar mucho. 2No pido sino cinco años más, el tiempo de dejarles una fortuna», le reconocía, angustiado por el futuro de su mujer y sus cinco hijos.

La publicación ahora del volumen titulado Cartas a Juan Gil-Albert. Epistolario selecto, editadas por el IAC Juan Gil-Albert y preparadas por la profesora María Paz Moreno, de la Universidad de Cincinnati, y Claudia Simón Aura, sobrina-nieta del escritor y nieta de Venancio Aura, me ha traído al recuerdo el episodio.

El epistolario recoge cartas de relaciones literarias con Vicente Aleixandre, Jorge Guillén, Gil de Biedma, Octavio Paz, Azorín, Concha Espina, José Agustín Goytisolo, Carmen Martín Gaite o María Zambrano, pero también incluye una de esas misivas que emocionan cuanto se sabe que ha sido escrita en circunstancias extremas, al amparo de una tragedia humana que va a convulsionar el ambiente de una familia.

Es la carta que Venancio Aura envió a Juan Gil-Albert en diciembre de 1947. «No conviene por el momento que los demás sepan más de lo que ya saben, así les ahorraremos pues en pasiones inútiles», le previene de entrada. Pero éstas no fueron más que las líneas previas al más conmovedor de los encargos: la solicitud de que, a su muerte, cuidase a su familia. «Me pesa horriblemente contemplar este tesoro mío de mi mujer y mis hijos en medio de una noche tan dura e incierta, pero tengo confianza en ti tan apegado a lo que es tuyo y a tu sangre y sé cierto que si llega enteramente a tus manos este tesoro será para ellos la mejor suerte».