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LA DEBACLE DE LOS GRANDES

Cuentan que Alberto Fabra dispone de una encuesta en la que pintan bastos para los dos partidos mayoritarios. Que el PPCV va camino de irse al garete es una realidad asumida para muchos de sus dirigentes. No hacen falta nuevos sondeos para objetivar lo que ya nadie duda por estas tierras. Lo realmente destacable es la magnitud de la hecatombe a la que están abocados, si no hay un cambio radical de rumbo. Pero el hundimiento no sólo afecta a los populares. Parece que el batacazo socialista también es de órdago. Los resultados sitúan al PSPV en sus horas más bajas en esto de la batalla autonómica. Y es que, a ojos de los ciudadanos, son tan malos en la oposición como los populares en el gobierno. Con sólo 28 diputados, los socialistas no se aproximarían siquiera a la estrepitosa derrota del 95, cuando Eduardo Zaplana acabó sentando sus reales en el Palau. Llama la atención que los datos coincidan con el sondeo presentado por los socialistas en enero, constatando la grave situación en la que se encuentran ambos partidos. Y, mientras los dos grandes están de capa caída, Compromís, Esquerra Unida y UPyD andan pescando escaños sin más esfuerzo que recoger las redes repletas de votos. Pues nada, obligados a entenderse, bien sea en un tete-á-tete, bien en versión tripartito. Vayan preparándose para lo que se nos viene encima.

Si hacemos caso a las encuestas, la única opción de que el PP se mantenga en el gobierno autonómico pasa por encontrar un socio con el que pactar intereses. El desplome es de tal calibre que sitúa al centro-derecha en el peor momento de su historia, con apenas una treintena de diputados. Los peores resultados desde que Rita Barberá perdiera las elecciones frente a Joan Lerma, en 1987. De la gloria al infierno en apenas tres años, por obra y gracia de la estela de dudosa honorabilidad que constituye la herencia política de Francisco Camps. Si el PSOE está condenado a un tripartito, el PP también necesitaría de aliados obligados porque hace tiempo que perdió toda opción de gobernar en solitario. La continuidad del PP en el Palau sólo sería posible en un hipotético escenario de pactos con UPyD. Ojo, de un partido que acaba de sacrificar a sus dirigentes cuando han comprobado que los vientos soplan a favor y hay pastel que repartir. Si llega la ocasión, ya veremos cuánto nos costará la gracia.

El tiempo apremia y, a golpe de mantener a tanto sinvergüenza, los populares están acabando con la paciencia de la sociedad valenciana. En cualquier caso, para que se diera cualquier posibilidad de pacto, el PP debería incrementar en más de un 50% el apoyo del que actualmente dispone. Con las alforjas vacías hay poco margen de maniobra, y la Generalitat a duras penas llega a fin de mes. Aunque no haría olvidar los recortes sociales ni la mala gestión realizada, solo una respuesta contundente frente a la corrupción podría favorecer la recuperación de parte del voto perdido por el PP y hacer viable un gobierno de coalición en el que participaran los populares.

A Fabra sólo le cabe tirar por la calle de en medio y dar muestras evidentes de que en el PP gobierna la honradez. Porque, hoy por hoy, es difícil defender este argumento por más que pudiera ser verdad. En su contra, esos diputados quintacolumnistas -¿«campsistas»?- que se niegan a votar la expulsión de sus compañeros procesados, anteponiendo el interés individual al colectivo. Cuando el Centro de Investigaciones Sociológicas advierte de que los españoles situamos a la corrupción como el segundo problema de este país, sólo superada por el paro, no cabe más solución que librarse de tanto lastre. Y si en ello va perder la mayoría en Les Corts o alguna que otra alcaldía, pues acéptese el riesgo. Dudo que esta muestra de coherencia y honradez no acabara siendo recompensada por los electores. El tiempo se acaba y es hora de ponerlos encima de la mesa de una santa vez.

Pero si en el PP se prevé trifulca, en el PSPV ya andan inmersos en ella. Como decía, éstos van tan arrastrados como los populares. Incapaces de sacar ventaja del descrédito de su principal rival, andan necesitados del impacto mediático que les permita frenar la sangría de apoyos que también sufren. Por el módico precio de dos euros el voto, han querido dar un ejemplo de democracia extrema permitiendo que cualquier hijo de vecino acabe decidiendo quién será su candidato a presidir la Generalitat. Cada uno haga lo que le venga en gana, pero tengo curiosidad por saber dónde queda la representatividad de los poco más de 16.000 militantes comprometidos, difuminada entre más de 50.000 supuestos simpatizantes que decantarán el resultado final. En cualquier caso, el cambio prometido no empieza hoy. Como mucho, el PSPV será comparsa en un nuevo tripartito. Y ya saben cómo acaban estas cosas.

Las primarias que hoy celebran los socialistas llevan camino de abrir heridas que difícilmente cicatrizarán a tiempo. Una peculiar manera de ayudar al adversario, dotando de argumentos al PP con los que hacer sangre cuando llegue la campaña electoral. El mal rollito escenificado por XimoPuig y Toni Gaspar -realmente, por éste último-, evidencia que los socialistas no andan tan unidos como debieran hacernos creer. En Alicante ya sabemos bien del cariño que se profesan unos a otros. El ejemplo que han venido ofreciendo en las últimas semanas pone en tela de juicio su capacidad real de liderar un cambio. No han llegado a las manos porque, aunque a veces lo parezcamos, aún no somos una república bananera. Los del alcalde de Faura se permitieron descalificar a Puig llamándole «dinosaurio», como si la bisoñez de Gaspar constituyera un aval para la difícil empresa que se les presenta. Y, por si el insulto no hubiera llegado a calar entre los afiliados y simpatizantes, el aspirante ha solicitado «observadores» a Ferraz. Nada, que en vez de primarias debe de tratarse de un auténtico conflicto bélico. Si estos son los modos entre correligionarios, no llego a imaginar cómo debe de ser cuando llegue la campaña electoral. Cualquier cosa menos el juego limpio que cabría exigir.

Los dos grandes, populares y socialistas, harían bien en sentarse y decirse tiernamente aquello de «oye, ¿qué nos está pasando?». Como partidos mayoritarios, ambos comparten la obligación de estabilizar la vida política de esta triste y caótica Comunitat. Pero andan demasiado preocupados por sus luchas cainitas como para tener altitud de miras. Mientras pierden el tiempo mirándose el ombligo y cuidándose del fuego amigo, otros medran a su sombra.

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