Simplemente llovió. Con un comentario de pasada debería bastar, aunque últimamente, cuando de uvas a peras llueve en Torrevieja y en la provincia, se convierte en noticia inmediata.

Si en otras ocasiones a la hora de hablar del agua caída del cielo nos referimos a ella por «temporales» porque siempre viene acompañada de fuerte viento de levante en ésta hubo muchas gotas y escasa cantidad de agua. La leve brisa que la acompañó apenas llegó a mover las hojas de las palmeras.

Eso sí, en la madrugada del martes último cayó sobre la mar un tormentón y sobre la ciudad un aguacero. El resto, salvo esporádicos y breves chubascos, fue un chispi chispi, una especie de lluvia que caía menuda y pausada, como levitando, durante los casi cuatro días de este periodo lluvioso apenas vimos brillar el sol.

Con este final del mes de agosto, tan atípico por estos lares, el personal, me refiero al turismo, anduvo como si hubiera perdido el norte al quedarse sin poder disfrutar del sol y la playa.

Salieron en bandadas a la calles, se fueron de tiendas a mirar los escaparates y los establecimientos comerciales registraron una afluencia superior a la habitual. Ignoro si se notaría en la caja registradora.

Me mudé de casa, salí de ella camino del hospital poco antes de inicio de este tórrido verano que meteorológicamente ha terminado y volví a mi nueva residencia. Sentado en el balcón he contemplado las lluvias en ocasiones imaginándome una novia llorando porque su novio no ha de volver.

Al madrugar, como siempre, veo pasar a mucha gente y veo antes de las ocho venir calle abajo a Rafaelico «El de la Isla», Rafael Andreu, quien vino desde la Isla de Tabarca, siendo todavía un mañaco. Toda su vida navegando y ahora jubilado, este marinero sabedor de múltiples y jocosas anécdotas camina decidido rumbo al muelle pesquero. Nos saludamos de una manera muy peculiar, pero eso es otra historia.

Rafaelico se aleja y al poco aparece Rufino Rodríguez Seva (ha fallado unos días por lo del chispeao), Rufino, amigo de toda la vida, la infancia, la juventud y hasta vecinos de la misma calle de Gabriel Miró - antes General Sanjurjo, que usurpó tras la Guerra Civil su denominación del Loro, aunque la primera de todas fue la de Calle Los Muertos-.

Rufino, digo, trabajó muchos años la arcilla y la porcelana en la Fábrica de los Muñecos. Hoy ya retirado también va a caminar, pero por el paseo del espigón de levante, que, quizá, sea la obra más acertada (siempre que la mantengan) de cuantas ejecutó el Ayuntamiento de Torrevieja bajo el largo período de tiempo del exalcalde Pedro Ángel Hernández Mateo.

El paso por la calle de una mujer con paraguas con andares firmes me evoca la fisonomía discreta y para mi entrañable de Primi, Primitiva Almansa, quien vivió frente a mi casa, la de Gabriel Miró. Trabajé muchos años en la Sastrería de Gore, centenaria firma hoy a la altura de los tiempos y de la vanguardia.

Con Primi y su esposo, Antonio Vera El Bibiano y mi familia atesoro, mis recuerdos más apreciados, que esos no los podrán quitar nunca.

Este verano se ha trastocado todo. Ya no veo a mi amiga, como lo hacía diariamente en la Playa de Los Locos. Ella paseándose hasta el espigón, y yo moviendo piedras.

Ahora estoy anclado en un balcón por imperativos de salud. Ella, por las mismas circunstancias no baja a la playa. Ambos, como otros tantos, luchamos esperando que escampe el chubasco.