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Joaquín Rábago

Traiciones

Se habla mucho de "traiciones" y de "traidores" últimamente, y confieso que no me gusta nada, pues nada bueno parece que augura.

Y aún menos me gusta cuando lo hacen gentes que opinan en los medios para referirse a quienquiera que abogue por la negociación y el diálogo en momentos tan difíciles.

Hay un exceso de pasión en ciertos medios, incluso en algunos que hasta hace algunos años eran de referencia para la izquierda moderada y que han dado desde entonces un gran vuelco.

No es tarea de la prensa azuzar las pasiones, sobre todo en momentos de apasionamiento colectivo de una parte y otra como el que vivimos por culpa de la amenaza secesionista catalana.

Circula por ahí un eslogan del Gobierno que dice algo así como "orgullosos de ser españoles". ¿Por qué orgullosos de algo que no pasa de ser una circunstancia de la vida?

Todo lo más, felices de haber nacido en un país donde la gente al menos no se muere de hambre, no es caprichosamente encarcelada y puede expresar su opinión, que no es ya poco.

Pero es preocupante que haya que tomar obligatoriamente partido en un conflicto tan complejo cuando ninguna de las partes tiene toda la razón so pena de verse acusado de "desleal" o "traidor".

Y ninguno la tiene totalmente en el conflicto catalán: ni quienes se lanzaron a una aventura temeraria y antidemocrática aduciendo motivos muchas veces espurios ni quienes jamás se preocuparon de entender los posibles agravios infligidos al otro.

La prensa internacional, que recuerda nuestra ya lejana guerra civil, no sale de su asombro al comprobar la cerrazón mostrada por ambas partes y se permite dar consejos.

Por ejemplo, recordando que la democracia se basa en el consentimiento de los gobernados y que cuando el separatismo alcanza un determinado punto de ebullición, sólo hay tres soluciones.

La primera es aplastarlo; la segunda ceder al chantaje que representa y la tercera, la única realmente democrática, negociar de buena fe.

Las Constituciones existen para "servir a los ciudadanos y no a la inversa", explica el británico The Economist, que aboga por el diálogo y confía en que aún se esté a tiempo de convencer a los independentistas de que tienen mucho más que perder fuera que dentro de España.

Frente a tan irracional desafío sólo vale intentar persuadir con argumentos, pero también con muestras de empatía porque están en juego los sentimientos, y esto último ha faltado bastante últimamente.

Es urgente desescalar el conflicto por ambas partes, y palabras como "golpismo", "traición" y otras por el estilo, da igual quien las utilice, en nada ayudan. Nos hace falta a todos algo de flema británica.

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