Hace algo más de un siglo Benidorm era un pequeño pueblo de pescadores que se abría al turismo gracias al espíritu emprendedor de un grupo de pescadores que, dada su facilidad de entablar relaciones comerciales y sociales cuando hacían alguna parada técnica en algún puerto lejano, idearon la posibilidad de construir pequeños hoteles o de convertir casas particulares para tal fin a semejanza de otras ciudades que habían visitado dado el excelente clima de la costa alicantina. Con la llegada de la República en 1931 y su sistema de libertades y de desarrollo de infraestructuras así como por el asentamiento paulatino de un sistema educativo digno que comenzó a implementarse, comenzó en Benidorm el desarrollo de una industria turística que se volvió a retomar tras el parón de la Guerra Civil española.

De ambos aspectos -del nacimiento del turismo en Benidorm y de la República y la posterior guerra- se ocupa el interesante libro de reciente publicación La Segunda República y la Guerra Civil en Benidorm (1931-1939) escrito por el profesor de Historia Francisco Amillo Alegre con una excelente edición a cargo de Vicente J. Sanjuán.

Advertía Gabriel Miró en los años 20 que Benidorm, en el que solía pasar algunas temporadas, había perdido la inocencia de antaño debido al desarrollo turístico. No sabemos qué hubiera dicho el escritor alicantino de haber visto su lugar de veraneo en la actualidad. Gracias al carácter abierto, trabajador, responsable y respetuoso -como recuerda el profesor Amillo- de los habitantes de Benidorm, el que por entonces era poco más que un pueblo de pescadores de cuatro calles comenzó a experimentar un vertiginoso cambio gracias al turismo y a la mentalidad abierta que hoy día es objeto de estudio en numerosos países. Ejemplo de ello es el interés que en los últimos años ha generado su peculiar desarrollo urbanístico. El hecho de que se haya construido en vertical y muy cerca de la playa ha servido para, a pesar de lo anchas que pueden parecernos algunas de sus calles, concentrar los servicios públicos y las áreas comerciales en una estrecha franja, así como la construcción horizontal que, dada la cantidad de turistas que recibe Benidorm todos los años, hubiese supuesto la colonización de las montañas que rodean la ciudad por miles de casas individuales.

Consecuencia del esfuerzo y del olfato empresarial de los vecinos de Benidorm -que invirtieron las ganancias de la pesca en tierras y en hoteles- surgió una idea de negocio que después de más de un siglo, sigue siendo uno de los motores principales del turismo valenciano. El responsable del invento del turismo no fue,como se ha dicho en numerosas ocasiones, Pedro Zaragoza, alcalde entre 1950 y 1967. Gracias a las excelentes relaciones que mantenía con el dictador Francisco Franco y a sus contactos dentro del partido único Falange y de las JONS (de inspiración nazi), Zaragoza supo ver que las cortapisas al turismo que estaba provocando el binomio dictadura-moral retrógrada católica eran un parón para su desarrollo. Pero él no inventó nada. El verdadero nacimiento se produjo durante los años previos a la Segunda República y sobre todo y gracias a la democracia que se desarrolló durante los seis años de su duración.

El segundo gran aspecto tratado en el libro al que nos referíamos antes tiene que ver con los años de la Guerra Civil. Fue Benidorm ejemplo de paz y de concordia durante los meses previos a la contienda y sobre todo durante la misma guerra gracias al buen hacer y al excelente comportamiento que tuvieron los alcaldes republicanos de izquierdas que no dudaron en proteger a todos los vecinos con independencia de su filiación política. Fruto de ello fue la ausencia de violencia y de venganzas así como que la guerra transcurriese dentro de una aceptable tranquilidad si es que se puede utilizar este calificativo cuando se habla de una guerra. El golpe de Estado de 1936 y los tres años de guerra no hicieron cambiar a los benidormenses su forma de ser abierta poco proclive a los enfrentamientos así como generosa y abierta con los que venían de fuera, muy diferente de la vecina Villajoyosa cuyos habitantes han tenido siempre una mentalidad bastante cerrada.

Cuando terminó la guerra los dirigentes socialistas que habían tenido responsabilidades en el gobierno de la ciudad huyeron a Argelia, donde corrieron la misma suerte que los que lo hicieron desde Alicante en el conocido buque «Stanbrook». La razón fue clara. La represión dura y cruel en la provincia de Alicante después de la guerra llevada por el ejército vencedor tuvo poco que ver con la justicia y mucho con la venganza.

Es este libro firmado por el profesor Francisco Amillo un trabajo muy interesante que debiera ser de lectura obligatoria para todos aquellos que deseen conocer la historia de Benidorm y de la provincia de Alicante. En él encontramos no sólo la historia de una población que ansiaba superar el atraso generado por el caciquismo de los terratenientes y el yugo moral de la Iglesia Católica sino también la de una búsqueda de un futuro mejor y de la esperanza de conseguir la verdadera libertad.