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Niños de hoy

Algunos sentidos y sinsentidos en la educación actual

En la educación de nuestros niños pequeños se dan sentidos y sinsentidos, como pasa en la política, en las relaciones y en casi todos los asuntos que nos conciernen a las personas. Uno de los sinsentidos es el «misticismo educativo», por llamarlo de alguna forma. Ese idealizar al niño como si fuera de materia celestial, como si no fuera de la misma pasta humana que nosotros, los adultos. Ese hablar de los niños como si fueran ángeles y pensar que nunca hay en ellos rabias, envidias, mentiras o rencores. Los niños son personas y tienen por tanto impulsos agresivos, destructivos, negativos. Es un sinsentido, y una desconsideración tratarlos como si vinieran del limbo, como si fueran frágiles, simples, candorosos, incapaces de tolerar una frustración o una pena, o de resolver por sí mismos la más mínima cuestión. Ni conviene ensalzarlos desmedidamente, ni tampoco sobreprotegerlos. Bastaría con acompañarlos y ofrecerles confianza y ley. Otro sinsentido es el excesivo «pragmatismo» actual, que ansía eficacias continuas y nos lleva a buscar las utilidades didácticas de lo que rodea a los niños, en una especie de compulsión a enseñar que no para nunca. Para «ganar tiempo» en este aprendizaje permanente al que los sometemos, les damos de merienda galletas con caritas sonrientes o tristes «para que aprendan educación emocional». Les llevamos de la mano por la calle atosigados a preguntas «para que repasen»: de qué color es esta puerta, qué letra pone en ese cartel, cuántos escalones hemos subido. Les apuntamos a clases particulares, los abrumamos con deberes, no les dejamos jugar?También me parece un sinsentido pedirles continuamente que estén «sentaditos» cuando una de sus tareas principales es precisamente moverse, correr, saltar y afianzar sus movimientos. O demandarles que controlen sus esfínteres, estén o no interesados y maduros para ello. O exigirles que coloreen un dibujo «sin salirse de la raya», en aras a lograr una maduración gráfica que no se consigue de ese modo, sino tocando, explorando, amasando, escarbando, clasificando y reconociendo los objetos una y otra vez hasta dominar los movimientos finos de los dedos. O enseñarles a leer antes de hora, sin contar con su propia curiosidad y con sus deseos de «saber lo que pone ahí».Precisamente hace unos días Eva, una maestra que hizo sus prácticas en mi escuela, me hablaba de un sinsentido percibido por ella. Por lo visto, en el centro en el que está trabajando, lo que hacen para enseñar a hablar correctamente a los alumnos, es explicarles y leerles libros. Pero ella se pregunta cómo van a aprender a hablar bien estos niños si no se les deja hacerlo, si el que habla siempre es el maestro, si lo que les pedimos es que se callen y escuchen. Lo comparaba con el caminar, que se aprende a base de tanteos y caídas, de retos y de chichones, de valentías y de logros. Aquí sí que les permitimos las probaturas, pero con el hablar nos entran las exigencias, como si no confiáramos en las capacidades de los niños, que van a intentar adquirir el código con vehemencia y habilidad a partir de su enorme deseo de comunicación.Por suerte, hay escuelas infantiles con sentido en las que importan más las necesidades de los niños que los papeles, las prisas o el vender saberes rápidos a modo de escaparates consumistas. Son escuelas en las que se sabe y se pone en práctica una atención a cada niño, porque, como sabemos, ellos necesitan ser mirados uno a uno, ser queridos, cuidados y contenidos. Necesitan moverse, jugar, hablar, explorar, aprender, inventar, disfrutar, conocerse a sí mismos y conocer a los demás. Necesitan palabras, belleza, arte, literatura, aprendizajes significativos, ley. En estas escuelas con sentido también se permite a los niños soñar, hablar, tener amigos, recibir visitas de sus familias. Y se les da tiempo y acompañamiento para recorrer con creciente autonomía sus tanteos por el mundo sentimental y sus inicios en el mundo de la sociedad y la cultura. Pero sobre todo se confía en sus capacidades, se les alienta a pensar y a crear, y se les reconoce como personas respetables y diferentes. Y es que en materia de educación, ya sea en la crianza, como en la enseñanza, hacemos cosas muy diversas. Ojala logremos tender a lo que da sentido a las vidas nuevas de nuestros niños y poner en cuestión los sinsentidos que ignoran sus necesidades y ponen la zancadilla a su evolución. El escritor Gustavo Martín Garzo lo dice así de bonito:

«Hay adultos que tienen el maravilloso don de saber ponerse en el lugar de los niños. Ese don es un regalo del amor. Basta con amar a alguien para desear conocerlo y querer acercarse a su mundo. Y la habilidad para tratar a los niños solo puede provenir de haber visitado el lugar en que éstos suelen vivir. Ese lugar no se parece al nuestro, y por eso tantos adultos se equivocan al pedir a los pequeños cosas que no están en condiciones de hacer. ¿Pediríamos a un pájaro que dejara de volar, a un monito que no se subiera a los árboles, a una abeja que no se fuera en busca de las flores? No, no se lo pediríamos, porque no está en su naturaleza el obedecernos.»

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