El viernes 13 de mayo de 1955 murieron dos personas al estallar una autoclave en la tintorería de Pastor Hermanos, en la carretera de Matola, con derribo incluido de una pared de la fábrica colindante de Vicente Sansano Fenoll. Los fallecidos fueron Vicente Segarra García y Vicente Giménez Bordado. El accidente se saldó con otros cuatro heridos graves y ocho heridos leves.

En la noche del sábado 14, un grupo de seis jóvenes, todos ellos integrantes del equipo de fútbol del barrio, se encontraban reunidos en la plaza de El Raval, porque uno de ellos, José Canals, se había lastimado en el último partido jugado y la lesión le había impedido trabajar. Sus 16 compañeros del equipo aportaron un duro cada uno de ellos para, como relató el periodista de INFORMACIÓN Antonio Sánchez Pomares, «evitar la penuria económica» del lesionado Canals.

En el momento del hundimiento del viejo refugio de la guerra civil se encontraban, además del propio Canals, Jacinto Agulló Selva, de 21 años; Vicente Arroniz Sánchez, de 15 años; Rafael Palao Pérez, de 17 años; Juan Gasó Gomáriz, de 18 años; y Fermín Bernad Vico, de 17 años y natural de Martos (Jaén).

El accidente provocó un boquete de unos siete por cinco metros, de unos 15 metros de profundidad en el mismo centro de la plaza. Según relataron los dos únicos supervivientes, Juan Gasó y Fermín Bernad, pensaron que había sido un terremoto. Jacinto Agulló Selva murió en el acto y Vicente Arroniz, Rafael Palao y José Canals, «empotrados entre el barro y las piedras», poco tiempo después. Juan y Fermín con apenas rasguños pudieron entonces recorrer lo que había quedado del refugio, sin reloj y sin noción del tiempo. Al cabo de las horas y de los días, la única compañía fue el hedor de los cadáveres de sus amigos.

Fuera comenzaron las labores de rescate por parte de «brigadillas municipales, cuerpo de bomberos y colaboración de vecinos», con mención expresa al esfuerzo tenaz del productor Manuel López. Los medios empleados debieron ser tan rudimentarios que hubo que esperar a las diez de la noche del lunes 16 de mayo para que los dos supervivientes, completamente desfallecidos después de 48 horas terribles, vieran por fin las linternas de sus salvadores. A esa hora se pudo rescatar a Juan y a Fermín, y recuperar los cadáveres de Rafael Palao y Vicente Arróniz. A las 23.30 horas se halló el cadáver de Jacinto Agulló y, poco después, el de José Canals. La capilla ardiente con las cuatro víctimas se instaló en la escuela contigua al entonces llamado Santo Hospital y hoy Biblioteca y Archivo municipales.

El entierro de los cuatro jóvenes tuvo lugar el martes 17 de mayo. A las seis de la tarde cerró el comercio y la industria para que unos 30.000 ilicitanos pudieran acompañar el sepelio. Las autoridades, religiosas y civiles, despidieron el duelo, como era costumbre, «con los féretros alineados frente al antiguo cuartel». Allí estuvieron el obispo Barrachina, el secretario del Gobierno Civil Luis Romero, el vicepresidente de la Diputación Rafael Martínez Morellá y el alcalde en funciones Antonio Brotons Oliver, al encontrarse el alcalde Porfirio Pascual de visita en Madrid. La pluma barroca de Antonio Sánchez Pomares describió aquel tétrico día recordando las palabras del escritor Eugenio Montes con ocasión de la muerte del canciller austríaco Dollfus: «Yo he visto llorar a un pueblo».

El último episodio de esta historia consistió en una suscripción popular para ayudar a las familias de los jóvenes. Se recaudaron más de 53.000 pesetas y se realizaron partidos de fútbol como homenaje a las víctimas. Y no hubo más. En aquellos tiempos nadie podía exigir responsabilidades de ningún tipo. En la ciudad, mal enterrados, quedaban otros diez refugios más que podían terminar de la misma manera. Y lo triste del caso es que durante la guerra civil ninguno de ellos tuvo que ser utilizado, al no ser la ciudad bombardeada. Indirectamente, Rafael, Vicente, Jacinto y José se convirtieron por ello en las cuatro últimas víctimas de la guerra. Al parecer, José llevaba encima los 16 duros de sus compañeros.

En estos días, una productora cinematográfica valenciana está reconstruyendo esta trágica historia. En la plaza de El Raval, como mínimo, una placa debería recordar los nombres de las víctimas de aquel 14 de mayo de 1955.