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República

¿La que derrotaría ocho años más tarde el levantamiento armado de unos generales que cometieron, a todas luces, el delito de rebelión?

a alcaldesa de la capital de España y el grupo municipal al que pertenece, Ahora Madrid, han votado en contra de una proposición que instaba al Ayuntamiento a condenar los actos de violencia ejercidos por los que se llaman Comités de Defensa de la República (CDR), mostrando de paso la solidaridad de los madrileños con las personas acosadas por los CDR. Se podría pensar que la razón del voto contrario está en que la propuesta fue presentada por el grupo municipal del Partido Popular. Pero la palabra clave en este asunto es, a mi entender, la de república. ¿Qué república? ¿Aquella que supuso en 1931 un soplo de libertad y de esperanza para España? ¿La que derrotaría ocho años más tarde el levantamiento armado de unos generales que cometieron, a todas luces, el delito de rebelión? ¿La que fue ejemplo para el mundo entero salvo para el fascismo en auge? No. Se trata de la república catalana, esa entelequia que sus propios demiurgos han declarado ante el juez que iba de farol. Con lo que aparece un problema filosófico: ¿se puede defender lo que no existe ni, según parece, se intentó en serio que existiese?

Bueno, la filosofía también nos enseña que el martirio y la heroicidad no son valores morales obligatorios. La ética obliga a seguir principios básicos como son el de no mentir y el de mantener las promesas, pero no impone la necesidad de sacrificarse como los numantinos o como la madre Teresa. Puigdemont y sus muchachos no están compelidos moralmente a decir que sí, que pretendieron imponer a la fuerza la república en Cataluña pero les salió mal por no saber medir la capacidad de respuesta del Estado. Reconocer que fue así llevaría a aceptar que se ejerció una violencia contra las leyes, cosa que no conviene. Lo mejor es mirar hacia otra parte y dejar que los comités que defienden la república imaginaria hagan su trabajo. La misma palabra sirve para cosas diferentes. Pero sucede que la república de verdad, la de 1931-1939, fue inflexible contra la proclamación por parte del presidente de la Generalitat, Lluís Companys, de un Estado catalán. La república de verdad declaró el estado de guerra y el golpe de Companys duró diez horas sin más que aplicar la ley. Contundencia política, se llama esa figura; algo crucial para cualquier problema de altura que se presente.

Tomar el toro por los cuernos es la traducción en forma de proverbio pero también sirve para poner claras las cosas: la diferencia entre la república real y la imaginaria se mide en esos términos. Con el añadido de que, ya que estamos, sonroja cualquier comparación que se quiera hacer entre lo decidido por la república de verdad y el conflicto ahora en marcha. Sin visos de solución porque la política ha sido abandonada por unos y por otros para dar paso a la propaganda y a la intervención de los jueces.

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