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Bartolomé Pérez Gálvez

España en venta

Pues sí, ya tenemos Presupuestos Generales. Y me alegro, por supuesto, aunque solo sea por el reparto que le toca a pensionistas y funcionarios, que ya iba siendo hora. Del resto, algunas cosas buenas como esos 200 millones para luchar contra la violencia de género y otras no tanto. Es indudable que necesitamos estabilidad y aprobar las cuentas públicas era una condición necesaria para ello. Lo peor, sin duda alguna, es el precio que nos costará la agonía de Rajoy como dueño y señor del castillo. Porque, no lo duden, eso es lo que realmente andaba en juego.

Con el patio como está, el presidente del Gobierno ha decidido avivar el fuego y abrir un nuevo frente con las concesiones a vascos y navarros. Lo mismo que hizo Zapatero, de acuerdo, pero no por eso deja de ser un grave error y, en cualquier caso, sucede en un momento política y socialmente bastante más complejo. De entrada, el apoyo del PNV y, en menor medida, de la Unión del Pueblo Navarro (UPN) nos costó actualizar las leyes del concierto y el cupo vasco. Con estas nuevas cesiones, la segunda y tercera comunidad autónoma con mayor PIB per cápita seguirán liderando el ranking de los elegidos que obtienen superávit por pertenecer a este país. Nada que ver con el principio de redistribución de riqueza; tampoco con la deseable equidad interterritorial. En el extremo opuesto, ya lo saben, andamos los valencianos. Vender el resto de España. Ni más, ni menos.

El negocio es tan redondo que ha dado alas al nacionalismo vasco, incluyendo a la facción abertzale. Replicando el proceso que ha caracterizado a Cataluña desde que Artur Mas se tornara independentista, PNV y EH-Bildu andan pactando un nuevo estatuto que deja las pretensiones catalanistas a la altura del betún. No hay duda de que, conocidos los errores cometidos en Cataluña, la alternativa vasca será más factible pero igualmente segregacionista. En el PNV no están dispuestos a rechazar la enorme ayuda económica que le prestan desde el gobierno del PP, a cambio del soporte de sus cinco diputados a los Presupuestos Generales del Estado. Por cierto, los nacionalistas vascos apenas cosecharon 300 votos más que el Partido Animalista en las últimas elecciones generales. Contextualicen su representatividad a nivel estatal y recuerden aquello de «un hombre, un voto», que nada tiene que ver con el sistema democrático español.

Es evidente que Rajoy conocía estas negociaciones en el momento en que mendigaba el apoyo nacionalista. Los debates eran públicos. No tuvieron lugar en ninguna herriko taberna, sino en el Parlamento Vasco con luz y taquígrafos. Sin embargo, no parece que le afectara mucho a la hora de aliarse con el diablo para conseguir su objetivo. Los populares han acabado por rogar el voto a quienes pretenden conceder la nacionalidad vasca y diferenciar a quienes lo serán de pura cepa de quienes no pasarán de un estatus de simple «residente administrativo». Esa es una de las bases de un nuevo estatuto vasco que también hace referencia a confederarse con el resto de España, otorgarse el derecho a convocar referéndums, o a priorizar la decisión del Gobierno Vasco sobre el Tribunal Constitucional, en caso de colisión legal con el Estado. Luego vengan pidiendo que los catalanes se mantengan en calma. Difícil lo veo.

El pacto entre PP, PNV e, indirectamente, EH-Bildu coincide en el tiempo con un amplio despliegue mediático que dirige la atención hacia otros frentes. De una parte, ese gambito ajedrecístico que para los populares representa la detención de Eduardo Zaplana y que pretenden transformar en arma arrojadiza contra Aznar y Rivera. Un caso con intenso tufo a vendetta y en el que no ha sido la izquierda, sino el propio séquito de Rajoy, quien ha aprovechado para finiquitar la presunción de inocencia en este país. Mientras tanto, se conocía la esperada sentencia del caso Gürtel que, a buen seguro, hará que Luís Bárcenas empiece a cantar las cuarenta. Y, para acabar, los ánimos se caldeaban en Cataluña con el desembarco de centenares de policías de la UDEF, a la búsqueda de más documentos contra el «procés». En suma, un empacho informativo que monopoliza el interés de la ciudadanía y permite negociar con los nacionalistas vascos con cierta intimidad mediática ¿Casualidad o planificación? Permítanme la duda, pero no creo mucho en las coincidencias.

Sin recato alguno, Rajoy ha vendido los intereses de España cuando pacta con quienes están pendientes de decidir si acaban denominándose «Comunidad Nacional Vasca» o «Estado Autónomo Vasco». En el congreso de los populares del País Vasco, celebrado hace poco más de un año, sentenció: «no habrá nada a cambio de nada». Le aplaudieron creyendo que se refería a exigir a los abertzales y demás tropa. Lejos de ser así, todo apunta a que hacía mención al resto de los españoles. En otros términos, si se quería presupuesto y estabilidad económica, habría que pagar el peaje correspondiente. Y así ha sido, pasando por alto que la realidad territorial de España es un sistema de vasos comunicantes y que, si unos ganan, otros deben asumir las pérdidas. Eso sí, tiene cojones que acaben por perder siempre los que más y mejor respetan el orden constitucional.

Para ser sincero, me dan envidia los herederos políticos de Sabino Arana. Al margen de estupideces como el cuento de la genética -al que también recurre, por cierto, el supremacista Quim Torra-, no hay duda de la eficiencia del PNV, en términos de ganancias territoriales. Y con diferencia. Nadie como ellos ha sabido tensar la cuerda y sacar el beneficio esperado. Al PNV le interesa que Rajoy siga gobernando durante el tiempo que éste sea capaz de pagar la mordida. Poco importa que la opinión pública sea claramente contraria a esta realidad porque, al fin y al cabo, mientras haya apoyo habrá dinero. Los malos no son ellos; los tontos, lo lamento, somos los demás.

París solo le costó una misa a Enrique IV. No fue un mal precio. A los españoles, el trono de Rajoy nos va a significar bastante más. Seguro.

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