Les soy sincero si les digo que no me duelen prendas reconocer los deméritos festeros que uno padece; que son muchos y variados. Y en ese sentido, he de confesar que debo hacer un ejercicio memorístico notable para recordar cuándo he asistido a una diana. Y aun así, como diría mi admirado Vila-Matas, en ese recuerdo se funden realidad y ficción. Debió de ser en mi etapa de directivo, seguramente. Sin embargo, realizado el acto de contrición, he de añadir en mi descargo que verla, lo que se dice verla, la veo todos los años. Me basta asomarme a la esquina del mirador de mi casa todos los domingos de fiestas, para verla doblar por Padre Manjón hacia Antonino Vera. Me parece uno de los pocos actos íntimos festeros. Entendido esto como un momento intenso, de emociones contenidas y frescas, en que la música suena con otro timbre, y los festeros desfilan por las calles desiertas y recién regadas con una marcialidad y majestuosidad impropias de Elda, como diría un vecino festero recalcitrante. Y siempre que la contemplo, me viene a las mientes la misma cuestión: ¿Por qué el domingo? Es cierto que en las fiestas de Moros y Cristianos de Elda de antaño nunca hubo diana. Al menos, con el concepto con que se desarrolla hogaño. Sí las realizaban algunas comparsas en distintos días. Pero lo del domingo para mí carece de sentido aparente. Habrá que encargar un estudio a alguno de los sesudos escribidores de la historia de las Fiestas para que lo explique. Porque la diana, que no deja de ser un toque militar que anuncia el comienzo de la jornada, también lo es del comienzo de la Fiesta. Por lo que sería lógico que tuviera lugar el primer día, como ocurre en multitud de fiestas de nuestro entorno. La diana, además, se ha convertido en la piedra de toque del festero fetén. Aquél que se precie de buen festero debe asistir a la diana. O al menos dejarse ver. A veces es más importante «ronear» (aparecer por allí), que participar. Pues lo primero da fuste sin desgaste, y lo segundo supone un esfuerzo. Y luego? a almorzar. Que es, como dice mi buen amigo Adolfo, lo mejor de la diana. Cómo le gusta ser iconoclasta. O sea.