Así se titulaba una de las obras maestras del cineasta Elia Kazan. La trama giraba en torno al compromiso que el protagonista, Kirk Douglas, rompe con su familia y trabajo, y sus derivadas a posteriori. Eran otros tiempos, otros valores, y otra sociedad. En la nuestra en demasiadas ocasiones, sobre todo en el mundillo del balompié, la palabra dada, la obligación contraída, la promesa, tienen la misma fuerza que las palabras escritas en el agua. El compromiso dura hasta que otro le sucede. Estamos hartos de ver cómo jugadores y técnicos, al poco de firmar con bombo y platillo renovaciones, rompen su compromiso y a estampan su firma con otro equipo. Es el pan nuestro de cada día.

El terremoto que sacudió a la selección española en tierras rusas a dos días del debut, tiene su origen en otro compromiso roto. Uno más en el mercado del fútbol. El seleccionador Lopetegui acepta la oferta del Real Madrid, huérfano de banquillo tras la marcha de Zidane, y se compromete con el equipo blanco para las próximas tres temporadas. No hacía mucho que el mismo técnico había hecho lo propio con la Federación Española con una clausula de rescisión de dos millones de euros. Ergo, el propio Rubiales era consciente de la posible marcha de Lopetegui. Nada nuevo. Ejerce el seleccionador su derecho y rompe su compromiso. Hechos que se ven con normalidad cotidiana en el deporte rey. Su intención era acabar el mundial, al que ha clasificado brillantemente a la selección imbatida bajo su tutela, pero el presidente anuncia su destitución, y provoca con ello la desorientación en los jugadores, que apostaban, mayoritariamente, por la continuidad del técnico en el Mundial.

No hay razón más que el orgullo herido, y el cabreo personal, para poner en jaque el trabajo de dos años de la selección. Cuando se ostenta un cargo de responsabilidad hay que optar siempre por lo mejor para el organismo que diriges. Comprendiendo el enfado, el rebote que se haya podido pillar Rubiales, no es disculpa para su equivocada decisión, que por el momento, y ojalá cambien las cosas, no ha hecho más que remover las aguas sucias en torno a la selección. El clan de los antimadridistas con prontitud inusitada ya se han puesto en marcha para acusar al Real Madrid como instigador del problema. José María García, enemigo declarado de Florentino, vuelve por sus fueros para intentar rematar al mandatario merengue: «Florentino y Lopetegui se permiten el lujo de traicionar a un país», ha declarado el legendario periodista.

En el último Mundial el técnico de la selección holandesa Van Gaal, firmó con el Manchester United en idénticas condiciones que Lopetegui, y nadie en Holanda se rasgó las vestiduras. Es más, el combinado neerlandés nos goleo, y finalizó tercero derrotando a Brasil en su casa por un contundente tres a cero.

La normalidad con la que llevaron un hecho similar la federación holandesa, y los medios de comunicación, contrastan con lo sucedido en estas últimas horas, y posiblemente días, con la situación creada por el anuncio de la marcha de Lopetegui. La tormenta generada tiene pocas posibilidades de escampar. La sustitución en el banquillo por el hasta ahora director deportivo Hierro, que parece intentó convencer a Rubiales de la destitución de Lopetegui, puede que sea el único bálsamo de fierabrás para llevar la tranquilidad a los componentes de la selección. La autogestión de los jugadores, al más puro estilo Molowny, junto a la continuidad del estilo implantado por Lopetegui, parece lo único que puede salvar la crisis y devolvernos la confianza.