Lunes: el rey y yo

Quim Torra recuerda como anfitrión al casquivano coronel Campbell, el personaje de Evelyn Waugh que recibe a sus invitados en un lóbrego comedor con la chimenea atascada donde les da de cenar carne reseca y clarete agrio mientras un gaitero ameniza insufriblemente el ágape. También azuza a los perros contra los comensales como una broma escocesa que Torra ha adaptado al difunto «seny» agitando a la muchedumbre con alusiones a la perfidia borbónica y otras exquisiteces de la patología soberanista. Ocurre que el rey estuvo este fin de semana en Cataluña y, tras varios amagos de desplante, Torra decidió incorporarse como mamporrero de Puigdemont al comité de bienvenida para entregar al rey una apología del golpe de Estado del 1-O. Ignorando la zafiedad del gesto, al rey le vencieron los buenos modales y Torra ya puede presumir ante su cofradía de tarados de haber avergonzado al Borbón. Ahora bien, todo esto no deja de ser folclore cazurro. Lo intrigante sigue siendo cómo amortizará Sánchez los votos prestados para su investidura.

Martes: once del patíbulo

Durante los cinco minutos que el árbitro tardó en validar el gol de Aspas a los insolentes marroquíes, envidié la orgía de excesos que rodea a la selección argentina. Nuestros cinco minutos de lánguida agonía contrastaban con un interminable tango de jugadores con mal perder y peor ganar, dirigentes que no desentonarían en un casting de «Los Soprano», hinchas bajofondistas, periodistas charlatanes hasta la extenuación y Maradona trastabillando patéticamente en el palco. Pero los argentinos al menos exprimen la sobreexcitación generada por veintidós muchachos en paños menores que persiguen una pelota y eso los convierte en competitivos. El reverso es una selección con un portero atormentado que parece preguntarse cada vez que le chutan «¿Y ahora qué hago, mamá?»; en la que la mejor pareja de centrales de la galaxia anda pendiente de sus negocios, posados, peinados y tatuajes mientras voluntariosos delanteros iraníes corretean risueños por nuestra área; y en la que el mítico tiki-taka ha evolucionado ominosamente al tic-tac de un temporizador que activará la eliminación en cuanto tropecemos con un rival de bajos instintos y puntería aceptable. Por lo demás, el fútbol lo carga el diablo y lo más probable es una final España-Argentina.

Miércoles: reformistas

Vuelve la letanía de la reforma de la reforma de la contrarreforma laboral. Desde hace unos días, los albañiles están remozando fachada, patio y sistema circulatorio de mi edificio. A los ocho de la mañana comienzan a picar y sólo interrumpen la faena para la pitanza y la sobremesa. La cuadrilla está integrada por tres ecuatorianos diminutos, excepcionalmente laboriosos y con esa respetuosa amabilidad característica de muchos sudamericanos que sus colonizadores extraviamos hace siglos. El encargado es español y dirige los trabajos a distancia prudencial con un cuaderno bajo el brazo y el ceño fruncido. Dudo que mis tres ecuatorianos tuvieran experiencia como albañiles antes de aterrizar en España. Si es así, habrán aprendido a golpes de sudor, andamios inestables y percances de aprendiz. También asumo que están dispuestos a cobrar menos que sus colegas españoles. Todo esto es severo, aunque no indigno. La única explicación razonable de que la «reforma laboral» sea una de nuestras eternas tareas pendientes es que convertimos ese inevitable proceso de ajuste entre la demanda y la oferta en un bucle enmarañado por estadísticas trucadas, trabas burocráticas, prejuicios ideológicos y codicia electoral que deja sin empleo a todo el mundo y la fachada por encalar.

Jueves: las estatuas del jardín

BOTÁNICO

Ayer por la mañana, Ximo Puig recomendó prudencia; unas horas más tarde, decidió ser imprudente y destituyó de todos su cargos al presidente de la Diputación valenciana, detenido a instancias de la Fiscalía Anticorrupción. La letra pequeña del acontecimiento fueron el instinto de supervivencia de Puig entregando la cabeza de su delfín, la saña con que Ábalos se abalanzó sobre los rivales domésticos y la gloriosa paradoja de que la caravana policial aparcase a las puertas de la Diputación bajo una pancarta que exigía nueva financiación para la Comunidad. Como aderezo algo más que simbólico, la empresa pública investigada es la misma que cobijó las andanzas de Rus, el anterior presidente de la Diputación. Descontando estas menudencias, la catarata de detenciones, el registro exhaustivo de despachos institucionales y las pesquisas paralelas en una empresa pública parecen medidas excesivamente gruesas contra otro rutinario episodio de enchufismo, por más escandalosamente desvergonzada que haya podido ser la contratación de siete altos cargos. Si la respuesta a estos hábitos siempre fuera tan rotunda, España viviría en permanente estado de excepción.

Viernes: la tribu fantasma

Si a los carlistas les salía una romería cuando querían organizar un desfile, las primarias del PP están atrayendo a tantos militantes como a nazarenos una procesión en Teruel con el termómetro congelado. Los agoreros temían que las primarias degenerasen en uno de esos convites de boda que disuelven los antidisturbios, pero ni siquiera hay suficientes invitados: sólo el 7% de los militantes se ha inscrito para votar, lo cual hace sospechar que su devoción por la democracia interna no es tan abrumadora como para pagar las cuotas de afiliado. Otra explicación, más verosímil, es que el censo está adulterado con fallecidos, menores de edad y parientes apolíticos que las diversas facciones han ido incluyendo durante lustros para controlar el aparato y esta simulación no resiste el impacto de una votación de ámbito nacional fiscalizada minuciosamente por los medios. Contra su pretensión de gran partido de masas, el PP no deja de ser un collage de élites locales de desigual relevancia y, por encima de ellas, ese conglomerado de políticos, empresarios y periodistas que misteriosamente llamamos «Madrid».