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El sentido de la vida

A propósito del suicidio pactado

"La esperanza es el único bien común a todos los hombres, los que todo lo han perdido, la poseen aún". Tales de Mileto

Hace unos días, dos octogenarios nos han sorprendido (¿) con una especie de suicidio pactado en Gijón. Un comportamiento autolítico y destructivo que ha despertado todas las alarmas. ¿Qué está pasando? ¿Qué está ocurriendo? Nos preguntamos todos analizar esta alocada sociedad. Trataremos de explicar lo que puede haber ocurrido en ese trágico desenlace. Lo primero que llama la atención es que, dicen, eran "uña y carne" y no soportaban estar separados en una residencia de ancianos. Después de una breve estancia en la residencia ambos ancianos de 87 y 83 años, tal vez pactaron un suicidio, de tal suerte que él le disparó a ella y después él se quitó la vida. Ciertamente, la depresión constituye el principal factor de riesgo para el suicidio en las personas ancianas.

La OMS (2018) pronostica que esta enfermedad, que ahora ya constituye la cuarta causa de discapacidad a nivel mundial, será la segunda en el 2020. La depresión en personas de edad avanzada afecta al 10-15% del colectivo. Estos porcentajes aumentan en personas institucionalizadas en centros gerontológicos. Cada año, aproximadamente un millón de personas desesperadas en todo el mundo se niega a vivir, y elige una solución definitiva frente a una adversidad de la vida. De hecho, el suicidio consumado en varones mayores de 65 años es ya uno de los mayores problemas de Salud Pública y crecerá de forma exponencial. Si no somos más eficaces a la hora de desplegar Programas de Prevención Terapéuticos como los que venimos desarrollando desde hace años, el suicidio seguirá creciendo de forma muy alarmante. El Observatorio del Suicidio en España (Institución privada), ha registrado un total de 3.569 fallecimientos por suicidio, lo que supone diez personas al día, casi el doble que por accidentes de tráfico y 80 veces más que por violencia de género, situando la media en España en 7,46 suicidios por 100.000 habitantes.

Ello nos da idea de la magnitud del problema y pese a ello, es notable la ausencia o escasez de estrategias terapéuticas eficaces, sostenidas y rigurosamente evaluadas en la prevención del suicidio. Pero ¿qué ha pasado en la mente de estas personas para llegar a destruir sus vidas? ¿Qué les ha impulsado a tomar esta decisión trágica? Pensemos que mientras estoy reflexionando sobre este tema, decenas de personas, están atrapadas en la misma telaraña del pensamiento suicida. En el origen del suicidio, adquieren especial relieve diversos factores psicosociales (pérdida de un ser querido, pérdida del sentido de la vida, soledad, rechazo, marginación, pobreza, aislamiento social, sensación de inutilidad, de fracaso, tristeza, dolor crónico, etc.). En el caso de los octogenarios, muchos elementos concurren en la elaboración de la idea suicida: el dolor moral, el estrés de la institucionalización, la culpabilidad, la falta de apoyo social y emocional, la falta de conectividad social (exclusión social), el egoísmo, el déficit de amor, no sentirse "útiles", autoacusación y la inhibición que impide cualquier descarga exterior.

El estrechamiento del espacio vital. Las nuevas tecnologías, el hedonismo, el relativismo, la caducidad de los principios, la ausencia de reglas, nos sitúan ante un caos generalizado y muchas personas sufren un profundo desencanto por la pulverización de los principios morales y la evaporación de los valores y principios educativos. La sociedad actual es un fiel reflejo de que algo falla en el intento de ser felices y las grandes víctimas, son las personas mayores. El hedonismo es la otra cara de la pulsión de la muerte y una sociedad, no puede sobrevivir exclusivamente asentada en el placer como principio básico. Una sociedad del bienestar convertida en la del "malestar"; una generación que crece sin valores morales, espirituales o psicológicos y que muchas personas se quedan perdidas, atrapadas, en el laberinto de la depresión. Además, el estrechamiento del espacio vital, la ruptura progresiva de los lazos sociales y el repliegue sobre sí mismo, son algunas conductas sociales previas al acto suicida. La institucionalización, es decir el ingreso en una residencia geriátrica, puede precipitar en algunas personas una importante sintomatología depresiva. Pero especialmente surge, porque se impide la satisfacción plena de necesidades psicológicas esenciales para la existencia del ser humano.

La soledad psicológica de estos octogenarios, como de tantos otros, fue un detonante esencial. De hecho, se ha comprobado un 80% más de depresión entre las personas que viven solas frente a las acompañadas. También la falta de apoyo familiar, emocional y social contribuye especialmente a la depresión. En fin, en una sociedad paradójicamente hiperconectada, estamos más solos que nunca. Vivimos en un aislamiento inimaginable para nuestros ancestros. Tenemos hambre de afecto, de comunicación y de cariño. Y esta necesidad aumenta sin cesar con el paso de los años. Tal vez, el sentimiento de no contar con nadie se desarrolla peligrosamente y, además, da lugar al nacimiento de otro extraordinario cual es: "de no ser amado por nadie". Llega, entonces, al convencimiento mental de que no merece la pena seguir viviendo y surge con fuerza el sentimiento de "no quiero seguir".

El sentido de la vida. Así, pues, la soledad, las pérdidas, la angustia del existir, la enfermedad, la discapacidad y la falta de sentido de la vida en ese contexto institucional, provocan un deseo de "morir", de abandono de sí mismo o de cualquier tipo de utilización de dinamismo y energía vital. Jung, escribió que "la falta de sentido de la vida en las personas era equivalente a la enfermedad". Se trata de una agonía silenciosa, dramática y de extraña grandeza. Un síndrome estresante que amenaza la salud integral de nuestros ancianos y que se expresa en el "vacío de sentido" en el que se hunde el anciano institucionalizado. El "vacío" es ausencia de realización (autorrealización) y aleja al anciano de la plenitud de una existencia realmente auténtica. Como dice José Saramago en su relato metafísico "El cuento de la isla desconocida", cada vez somos menos un nombre y más un número. Pero la sensación de vacío que sufre el anciano atrapado por el estrés institucional, termina en "despersonalización" (extrañeza de uno mismo) y "desrealización" (distanciamiento del entorno. Además la conciencia de nihilidad que se va fraguando como consecuencia de ese grave estrés (falta de sentido de la vida), dibuja una conciencia de soledad, incapacidad y desesperanza. Y esa realidad no cesa y se convierte en una rumiación obsesiva. En fin, personas empantanadas en la ciénaga de sus propias emociones negativas, que se sienten desgraciadas, desamparadas, desvalorizadas, deprimidas, insatisfechas con sus vidas, con sus relaciones y consigo mismas. Así, probablemente Daniel y Maruja, gritaron con toda su fuerza en lo más profundo de su psiquismo y durante mucho tiempo, sin encontrar una respuesta eficaz y, finalmente, se quitaron la vida. Probablemente, se ahogaron en un mar de desesperanza, como diría Ernesto Sábato en su obra "El Túnel", saturado de desilusiones, fracaso, humillación y miseria humana.

¿Qué podemos hacer? La Comisión Europea en su Pacto Europeo por la Salud Mental y el Bienestar incorpora la prevención del comportamiento suicida como objetivo prioritario. Para la OMS, el hecho de que la prevención del suicidio no se haya abordado apropiadamente es debido a la falta de sensibilización respecto al suicidio, así como, al tabú existente. En España, hay una escasa implementación de programas de tipo preventivo que la Sanidad debería asumir de forma concreta generando equipos interdisciplinarios (médico de familia, enfermera, psicólogo clínico, trabajadora social, educadores sociales etc.) que han de intervenir en personas mayores especialmente vulnerables. Este Programa Preventivo debería de ser sostenible con visitas sistemáticas y aleatorias en los domicilios de las personas potencialmente suicidas. Además, sin duda, el cariño incondicional y el tiempo incondicional con ellos, constituyen el mejor escudo protector frente a la depresión y el suicidio. Recuperar la vida y el gesto feliz de estas personas nos hacen más felices a todos. ¡Es la vida!

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