Lejos de la barahúnda política existe la vida. Distantes de los ceses y dimisiones, de las mentiras y las medias verdades, de los escándalos y las sobreactuaciones, de los abusos y los privilegios, de las hemerotecas y videotecas, de los juicios y los prejuicios, de las rectificaciones y descalificaciones, de los dimes y diretes, la mayoría de los ciudadanos siguen con su vida, con su trabajo. Cada uno en su profesión, en su oficio, en su casa, intentando día a día dar sentido a su existencia, dar sustento a los suyos, contribuir con los demás, pagar sus impuestos, educar y cuidar a sus hijos, conservar la amistad, y en algunos casos además buscando la excelencia en su trabajo. Entre todos los profesionales de la medicina, biología o química que se dedican a la investigación merecen una casilla aparte, porque recibiendo lo mínimo dan a cambio lo mejor.

El consejero Marzà acaba de anunciar a bombo y platillo que su departamento va a repartir millones de euros para la investigación entre las universidades de la Comunidad Valenciana, puntualizando que «con las mejoras se garantiza que los investigadores no tengan incertidumbres año a año», destacando «el avance en la mejora a las ayudas». Del reparto, las dos universidades alicantinas salen malparadas comparadas con el resto. En concreto la UA recibe con mucho la que menos, 800.000 euros, a distancia abismal de la de València que obtiene 10,5 millones. Mal día ha elegido el consejero Marzà para la noticia. Mal día, mala semana, cuando uno de los más reconocidos investigadores a nivel mundial, Francisco Martínez Mojica, de la UA, ha estado a punto de ser laureado con el premio Nobel de Medicina y es serio candidato a llevarse el de Química, tanto que es posible que cuando lean este artículo, Mojica sea el tercer español de la historia merecedor de tal distinguido galardón en alguna de las disciplinas científicas, tras Ramón y Cajal y Severo Ochoa.

Parece un tanto vergonzoso que la semana que más se esté hablando del citado investigador, nos enteremos que la dotación para la investigación en su Universidad no llegue a alcanzar ni el millón de euros. El trato dado por la Generalidad Valenciana a los investigadores del campus alicantino no está a la altura de los resultados con los que responden los equipos, y mucho menos el comandado por el profesor Mojica. Marzà demuestra una vez más que actúa a su libre albedrío, sin tener en cuenta realidades sociales y científicas, trabajo y resultados, implicación y sacrificio, obligaciones y derechos. Pocos son ya los que entienden siquiera un ápice de su gestión en contraste con el aumento exponencial de los que suspenden su trayectoria al frente de la Consejería de Educación.

Las comparaciones siempre suelen ser odiosas. Pero en este caso el calendario las ha puesto en evidencia. La gestión de los políticos, el trabajo de los investigadores. Es cuestión de elegir. Y es muy fácil quedarse con ellos. No son muchos, ¡pero nos dan tanto! Su humildad les precede. Huyen de las portadas. No buscan el reconocimiento. La discreción es consustancial en sus personalidades. No son grandes estrellas del firmamento futbolístico o del mundillo del cine, ni pretenden en ningún caso serlos. Se pasan horas, días, meses, años con sus batas blancas entre sus tubos de ensayo, matraces, placas, morteros y microscopios. No conocen el desaliento. Cuidar de ellos y allanarles su trabajo no es solo una obligación, sino un acto de egoísmo social. Lo que aportan no hay dinero que lo pague, lo que simbolizan es un ejemplo para los más jóvenes, lo que ponen a nuestra disposición es de tal calibre que las generaciones venideras seguirán hablando de ellos y beneficiándose de sus descubrimientos.

Aparte del nominado Mojica, en Alicante tenemos la suerte de tener a otra científica de renombre internacional, una entre las mejores, María Blasco, directora del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas, empeñada en desterrar la lacra del cáncer de nuestra sociedad. Siempre será mucho más lo que puedan hacer cualquiera de ellos por nosotros, que lo que podamos llegar a hacer nosotros por la comunidad científica. Mala semana, mal día, pues, Marzà, para estar en candelero. La sombra de la heroicidad individual y colectiva de los investigadores, ensombrece las vanaglorias políticas de turno.