Entre aquello que consideramos justo y su contrario, suele haber una infinidad de posibilidades, dependiendo de quién lo analice, de qué se trate o con qué objetivo se haga. Por eso estamos aún lejos de que la justicia sea indiscutiblemente equitativa, equilibrada y que no medie en ella abuso o presión alguna. Los ciudadanos anónimos, los que la utilizan y la sufren más contundentemente, sospechan que no existe una jurisprudencia ecuánime, porque se encuentra presuntamente mediatizada, interpretada e influida por los que la promulgan y la imparten, amparados en el llamado «espíritu de la ley».

Desde la sabiduría popular, se derraman refranes que insisten en lo fútil e inane que puede llegar a ser, desde la más famosa de «pleitos tengas, y los ganes» hasta el «más vale un mal acuerdo, que un buen juicio». La cuestión fundamental es que no hay persona sensata e inteligente, que se adentre en los tribunales y salga satisfecho.

Los procedimientos son tan sumamente complejos que un tribunal puede sobreseer una causa, otro abrirla de nuevo y un tercero archivarla definitivamente sin posibilidad de apelación. También cabe la contingencia de que un juez condene y otro absuelva ante una misma causa, de ahí la interpretación y el espíritu de la ley que mencionábamos, que más parece azar que certeza.

No deja de ser algo chocante para un leguleyo, que los que se dedican a promulgar leyes sean sus señorías, miembros del parlamento y del llamado poder legislativo, que se supone que beben de la voz de la calle para inspirarse en la elaboración, discusión y aprobación de nuevas leyes que rijan los destinos de millones de personas.

Ser miembro del poder legislativo significa estar aforado, tener cierta inmunidad e inviolabilidad ante la justicia. Muchos de nuestros legisladores gozan de este privilegio prácticamente de forma vitalicia, dado que están una legislatura tras otra perteneciendo al parlamento o al senado, de tal forma que les resultará difícil saber qué significa ser un ciudadano susceptible de ser juzgado, absuelto y/o condenado.

Todo este supuesto galimatías que sostiene el Estado de Derecho podría llegar a ponerse en duda, cuando no todos los ciudadanos están regidos por el mismo rasero, dado que unos pocos gozan del privilegio parlamentario. Esta paradoja es la que no se ha podido resolver hasta la fecha y la que, de alguna manera, posiciona a unos en un lado de la justicia y a la mayoría en el otro.