Hemos nutrido a la literatura universal de donjuanes desde este país de hombres brabucones, seductores y mujeriegos, que han sabido engatusar con sus mentiras a propios y extraños. El donjuán por antonomasia se centra en la figura del famoso Don Juan Tenorio de nuestro ilustre José Zorrilla. Pero el antes y el después es muy abundante generando novela, teatro, cine y ópera, entre otras muchas formas de arte.

La seducción es un tema recurrente en la literatura, pero sabemos que arranca de una realidad social imperante desde la antigüedad hasta nuestros días. El hombre simulador que sabe acariciar las debilidades ajenas en su provecho se engrandece con la leyenda de los donjuanes por todo el mundo, pero en España somos proclives a encumbrar a los que con su picaresca consiguen engañar a los demás, o por lo menos así fuimos durante siglos, aunque en el aquí y ahora estemos inmersos en muchos entredichos.

Hemos tenido la deshonrosa época de los llamados machos ibéricos, sobrevenida con la entrada del turismo masivo de los años sesenta, que se traducía en una representación estereotípica de los hombres españoles casposos, toscos, incluso poco o nada agraciados, que presumían de potencia sexual derivada de su represión sexual enfermiza y que los definía vulgarmente como auténticos salidos. Su característica física más sobresaliente pivotaba en la abundancia de pelo corporal y la social en la galantería empalagosa con las mujeres llevada al grado superlativo.

Desde la figura literaria del donjuán al macho ibérico y el «latin lover» se configura una forma desvirtuada de entender al seductor, que posiblemente el cine español de los años sesenta se encargara de promocionar de una forma aterradora. El acoso a la mujer por parte de estos especímenes ha conseguido que la galantería bien entendida se convierta en verdadero acoso y derribo de los valores de la buena educación, llegando a tocar el esperpento masculino.

Afortunadamente para la mayoría de los varones españoles y para todas las mujeres del mundo el donjuanismo ha entrado en decadencia y estamos en su ocaso literario y real. El asaltacamas está trasnochado, nunca ha ocupado un lugar representativo fuera de la literatura o el cine, pero ha conseguido empobrecer el espíritu masculino de muchas generaciones. La sociedad española está dejando de admitir licencias absurdas y fuera de lugar ante situaciones de seducción fácil, coqueteo impropio, engaño interesado o cualquier otra opción que se dirija a empequeñecer a la mujer por un macho fanfarrón y ufano de tres al cuarto.