El 27,5% de los trabajadores españoles se plantea cambiar su puesto de trabajo, según se desprende de un estudio realizado por Randstad. Cuando un empleado comunica a su empresa que se va, hace tiempo que se fue. Cambiar de trabajo es algo normal entre aquellos profesionales que tienen ambición por mejorar su desarrollo de carrera. Las compañías muchas veces no pueden adaptarse a las expectativas que tienen sus trabajadores, y la solución es saltar a otra.

La expresión quemar las naves se suele atribuir a Hernán Cortés en la conquista de México, sin embargo, el origen es de Alejandro Magno, cuando al desembarcar en tierras fenicias, y comprobar que su enemigo triplicaba en número a su ejército, decidió incendiar los barcos al observar que su tropa se veía derrotada antes de echar un pie a tierra. Algunos profesionales actúan de la misma manera y achicharran sus oportunidades de volver, o de seguir teniendo una relación amistosa, con la empresa donde trabajaban. Hay que saber irse. Pocos lo hacen.

La liturgia de un empleado pirómano cuando pide la cuenta suele ser muy estándar. Comienza otorgando un periodo de gracia a la empresa -los famosos quince días, porque nadie se lee su convenio colectivo- y se inicia un periodo de despedida que parece eterno. Comienza por comunicarlo a sus compañeros. A ver qué hace ahora la empresa cuando él se vaya. Luego van los clientes. Horror. Mensajes de email anunciando su partida. También pasan por el trance los proveedores. Y si en el interín entra un sustituto, pues menudo a quien han traído. Pero lo peor es cuando el pirómano se convierte en pegajoso. Sigue en los grupos de Whatsapp de sus antiguos compañeros, repartiendo doctrina sobre cómo habría que hacer las cosas en su antigua empresa. El pegajoso adopta ahora el rol de perro de hortelano. La realidad es que las empresas no tienen memoria. Cuando un empleado se desvincula, su recuerdo perdura un minuto. Esto daña muchos egos. El muerto al hoyo y el vivo al bollo. Y a veces es la ocasión perfecta para reestructurar algún área de la compañía. Por eso lo mejor -siempre que sea factible- cuando un empleado pide la baja voluntaria, es que se haga efectiva desde ese mismo momento, así la organización se ahorra el vía crucis de un adiós en capítulos.

Es importante salir con inteligencia y elegancia. Hacer una carta de renuncia educada. Y pensar en la historia que se va a contar a los compañeros y otras personas relacionadas acerca de los motivos. Los motivos tienen que ser siempre positivos. Nunca se sabe. Al final, siempre hay algo de gratitud en un puesto que se abandona, siempre se han aprendido cosas.

También las empresas tienen que aprender a gestionar cuando un empleado pide marcharse. No es una traición ni una ofensa, sino el deseo de una persona de cambiar, y para lo que tiene todo el derecho. En esto nos llevan mucha ventaja los países anglosajones, donde muchas empresas tienen un servicio de alumni que consiste en fomentar el contacto con antiguos empleados, y quien sabe, a lo mejor hacer negocios con ellos en un futuro.