Ni el Tháder ni en general casi ningún colegio o instituto. Los centros educativos son concebidos como meros recipientes de alumnos y profesores, su funcionalidad, su belleza, su integración en el espacio urbano, su utilidad para la comunidad en general y la condición de hito arquitectónico construido para permanecer durante muchos años al servicio de los ciudadanos es secundaria. Pareciese que se puede dar clase en cualquier inmueble a condición de que los ocupantes quepan más o menos apretujados. Por eso las demandas de mejora son difícilmente secundadas, no hay conciencia de su verdadera necesidad.

Orihuela es un caso paradigmático, años de mal gobierno, muchos de ellos anegados en la corrupción, han creado un clima de atonía crónica. La población no alberga ninguna esperanza de ver a su municipio emerger como como referente de buenas prácticas públicas que ayuden a mejorar sustancialmente la vida de los vecinos. Nuestros políticos, en su mediocridad, carecen de proyecto, ayunos de una visión que galvanice a la población ilusionándola en objetivos que puedan ser mayoritariamente compartidos se limitan a buscar su lugar al sol y a repetir lugares comunes que no ocultan la falta absoluta de ideas: «lo mejor para Orihuela», «quiero realizar mi proyecto», y así decenas de frases vacías. Nada sabemos de sus proyectos más allá de pactar con quien le ha denunciado o de negociar un puesto de salida o asesor. Y mientras el municipio languidece.

He dicho muchas veces que hemos tenido mala suerte con nuestros políticos. El único que podía albergar un proyecto serio y encabezarlo se limitó a saquearlo; el resto, casi todos, a falta de ingenio acreditaron también gran talento para la rapiña como muestran las sentencias que van apareciendo y las que vendrán. No es esto lo peor, lo más lamentable es que su estolidez, la apabullante carencia de iniciativas han sumido al resto de la población en un clima de resignación, de aceptación respecto a la imposibilidad de que alguna vez podamos salir a flote y convertirnos en un pueblo comprometido, que ha decidido mejorar y explotar creativamente los enormes dones que la historia y la naturaleza nos legó. Orihuela es un eterno día de la marmota, aunque cada año nuestros chaqués lucen más desvaídos, nuestras calles más sucias, nuestros negocios más pobres. Nos hemos acostumbrado a no aspirar a nada, a ver como normal la depauperación de la ciudad o el creciente desapego de las partidas rurales o el alejamiento de la costa.

Por eso un asunto como la ampliación del IES Tháder no es prioritario. Profesores y niños nos hemos institucionalizado en los barracones, adaptado a los espacios angostos, al material fosilizado, a la falta de instalaciones, a la precariedad. Y ni siquiera protestamos, no nos damos cuenta de que no tiene porqué ser así, de que es importante que no fuese así. Los estudiantes no se quejan de las goteras torrenciales, no acusan que el gimnasio sea simplemente ridículo, que los laboratorios semejen a los de la señorita Pepis o que la biblioteca impida todo aislamiento haciendo el estudio casi inviable. Encima los resultados académicos son muy altos, ergo qué coño quieren. Pero los padres tampoco ven muchas contrariedades, estamos contaminados por ese espíritu de desidia, ignorancia, pereza y desden hacia lo público que desciende desde el poder político y hemos normalizado la degradación de las instituciones, de su función y de sus posibilidades. Ni siquiera cuestionamos qué pasaría si las cosas fueran de otra manera.