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Juan R. Gil

Volver a empezar

El PSOE puede estar, pues, justificadamente satisfecho tras estas elecciones. Pero la izquierda en general no puede estar contenta

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Elecciones autonómicas 2019: A Compromís se le borra en parte la sonrisa

Aquí no había margen, no había más posibles compañeros de viaje, no había aritmética compleja alguna. Aquí en la Comunitat Valenciana, más que en el conjunto de España, el choque izquierda/derecha era frontal: o repetición del Botànic o las tres derechas, sin alternativa posible. Acertó Ximo Puig doblemente: uniendo primero las elecciones generales a las autonómicas, para coger el viento de cola que soplaba de Madrid, pero ahormando luego una campaña propia, al margen de la de Pedro Sánchez. A la vista está que la jugada le ha salido redonda: el PSOE vuelve a ganar unos comicios en este territorio, después de casi treinta años. La última ocasión en que pasó algo así se remonta a 1991, cuando el hoy president era sólo un meritorio. Y a partir de esta noche él no sólo seguirá aposentado en el Palau, sino que esta vez lo hará con la doble legitimidad de ser el partido no sólo capaz de aglutinar más escaños en les Corts, sino también el más votado en las tres provincias, algo que no ocurría en la legislatura pasada.

El PSOE puede estar, pues, justificadamente satisfecho tras estas elecciones. Pero la izquierda en general no puede estar contenta. Aliviada, sí; pero contenta, no. El Botànic que acabamos de dejar atrás gobernaba con 55 escaños, de una cámara cuya mayoría absoluta se cifra en 50. Ahora podrá hacerlo con un PSOE dominante, pero con 52 escaños, tres menos que en 2015, al filo del precipicio. El voto útil al PSOE en contraposición al durísimo lenguaje empleado por el PPy Cs y al seguidismo de Vox y el miedo a una entrada en tromba de la ultraderecha, el emparejamiento de las legislativas con las autonómicas y los errores propios de Compromís y Podemos a lo largo de la legislatura, han acabado lastrando los resultados de estas dos últimas fuerzas, aunque no tanto como para hacer imposible que se reedite un gobierno progresista. Eso sí, las negociaciones para su renovación serán duras. Más que la vez anterior. Primero, porque Compromís está moralmente herido. Aunque sus resultados no hayan sido ni mucho menos una debacle, lo cierto es que se sienten derrotados, que pasan de ser la tercera a ser la cuarta fuerza en las Corts (¡ Mónica Oltra menos que Toni Cantó!), que pierde la primacía de la izquierda en València y que Vox le adelanta en Alicante. Y, segundo, porque esta vez Podemos, que ha sufrido un severo correctivo en las urnas aunque sus perspectivas al inicio de la campaña eran tan malas que, con estar dentro, ya pueden celebrarlo; esta vez, digo, los de Iglesias quieren tener carteras, no quedarse como meros comparsas para votar en el Parlamento. Así que, aun no habiendo otra, esto va a ser peliagudo, ya lo verán. Y hay mucho examen de conciencia que hacer, sobre todo a la hora de fijar las prioridades del futuro gobierno.

Debacle es la que ha sufrido el PP, que cosecha unos resultados catastróficos. Nadie podrá negarle a Bonig que no se ha dejado la piel. Y también hay que decir en su honor que ha tratado de separar su discurso del de Vox más de lo que lo ha hecho Pablo Casado, que acabó ofreciéndole ministerios a Abascal. Pero es que las listas presentadas por el PP en esta ocasión eran aún peores y más endogámicas que las que ofreció en 2015, cuando perdió el poder: un sálvese quien pueda que no podía despertar interés ni siquiera en los propios, no digo ya en los ajenos. Y el proyecto era ninguno, cero, más de lo mismo, idéntico al de hace cuatro, ocho, doce, dieciséis, veinte años. Como si no hubiera llovido nada, con todas las gotas frías que les han caído, una detrás de otra. El PP tendrá que hacer una regeneración profunda, aunque su formidable desplome en la Comunitat Valenciana canta menos por ir de la mano del derrumbe general del partido en casi toda España. Lo malo es que no tienen banquillo: han ido acabando con él los que ahora se quedan con la derrota a cuestas. Y que la caída ha sido tanta, que quedan en la indigencia.

De esa derrota sin paliativos del PP se benefician, sin mérito alguno Ciudadanos, y con menos fuerza, afortunadamente, de la que se temía, Vox. Los de Rivera, con el actor Toni Cantó a la cabeza, han hecho la peor de las campañas que se han desarrollado en estas elecciones autonómicas: sin coordinación, con abundancia de demagogia y con un líder que demostraba en cada comparecencia su desconocimiento de los grandes temas de esta Comunitat. Pero los errores de Casado y la incapacidad de los Bonig, Císcar o César Sánchez para ilusionar ni a sus conmilitones le ha regalado un espacio a Ciudadanos que no se había ganado, ni por esta campaña, ni por su trabajo en el Parlamento autonómico durante estos cuatro años, que ha sido inexistente. Están nada menos que a la par que el PP en Alicante y València. No han dado el sorpasso, pero por un pelo.

Respecto a Vox, ojo. Que la ultraderecha acceda por primera vez a las Cortes Valencianas y lo haga con diez escaños no es ninguna broma. Las expectativas que ellos mismos habían fijado y que fueron calando poco a poco en todos los interesados por la política hicieron pensar que podían sacar mucho más, con lo que la sensación generalizada tras el recuento es que no era tan fiero el lobo como lo pintaban. Pero no por ello deja de ser lobo. Y, cuidado, que ha pasado por delante a Podemos y en la provincia de Alicante se ha quedado apenas a tres mil votos de Compromís. Conviene, pues, no perder de vista el fenómeno.

Acaba una campaña, dos por mejor decir. Pero mientras en Madrid Sánchez saca cuentas sobre con quien le conviene más echar a andar y en València la izquierda se sienta a negociar con unos resabios que antes no tenía, empieza otra también importante: la de las municipales que se celebrarán el 26 de mayo. Los resultados obtenidos ahora van a repercutir seguro en los que se cosechen luego. Que levante la mano el alcalde que crea que tiene el puesto seguro, porque yo, mire a Alicante, mire a València, no veo ninguno.

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