El 2 de mayo celebramos el Día Mundial del Acoso Escolar, una jornada cuyo objetivo es concienciar sobre un problema que afecta a miles de jóvenes. El acoso escolar es la forma de maltrato físico o psicológico al que se ve sometido de forma continuada un alumno por parte de sus compañeros. Se trata de un problema que se desarrolla inicialmente en el contexto escolar y su impacto negativo se extiende y afecta a otros ámbitos de la vida de la víctima. Según la UNESCO, dos de cada diez alumnos sufren acoso escolar. Uno de cada tres estudiantes afirma que en su clase se sufren situaciones de acoso y que en cada aula existen, al menos, dos compañeros acosados. Los insultos y agresiones físicas son las formas más habituales de acoso (empujones, collejas, golpes o patadas), seguidas de las diferentes formas de presión psicológica (aislamiento, exclusión y difusión de rumores).

Tanto el estudiante acosador como las víctimas de acoso presentan perfiles definidos. Entre las características del acosador destacan los complejos, la baja autoestima o el miedo al rechazo, problemas de inseguridad y problemas familiares o personales, seguidas de la agresividad y el sentimiento de superioridad. Como principales causas del acoso destaca la forma de ser de las víctimas, su aspecto físico, las cosas que dice o hace, los gustos, ser de otra cultura, raza o religión, tener buenas/malas notas, ser nuevo o tener mucho/poco dinero. Por tanto, es evidente que tanto acosador como víctima requieren de una intervención para evitar que la situación se cronifique. Sin embargo, resulta más importante la prevención y la detección temprana, en la que hemos de estar atentos tanto padres y madres como los profesionales.

Los padres consultan con frecuencia sobre las señales que pueden indicar que su hijo o hija puede estar sufriendo acoso escolar. En el colegio, por lo general, son niños que están solos en el recreo, son los últimos en ser elegidos por sus compañeros cuando se establecen grupos, participan poco en clase, suelen llegar tarde a primera hora, dicen perder cosas, tienen problemas de concentración o presentan bajo rendimiento académico. En casa se quejan porque no quieren ir al colegio, no suelen ser invitados a cumpleaños, suelen traer cosas rotas, presentan golpes, arañazos, heridas, pierden con frecuencia el material escolar, dejan de ver a los que decían que eran sus amigos, manifiestan cambios temperamentales y de humor sin causa aparente o cambios pronunciados en su personalidad, evitan salir solos de casa y abandonan sin razón actividades que antes les gustaban, cambian los hábitos de dormir y de comer y evitan hablar del colegio o reaccionan negativamente ante cualquier asunto relacionado con los amigos o el colegio.

¿Y cómo prevenir que nuestros hijos sean víctimas de acoso escolar? Para ello es importante que los padres fomentemos la escucha y el diálogo, inculquemos valores de respeto, evitemos la sobreprotección y les enseñemos a resolver problemas. Y también trasmitir a nuestros hijos la tolerancia cero con el acoso, evitando en el grupo la ley del silencio, que hace que sea un hecho tolerado. Desde nuestra consulta, a la que llegan finalmente los afectados a recibir ayuda, conocemos la importancia de dar visibilidad a esta problemática, promoviendo la necesidad de actuar de manera inmediata ante cualquier mínima sospecha de acoso, con el objetivo de minimizar las consecuencias negativas para los niños y sus familias.

Contar con el asesoramiento de psicólogos y realizar programas educativos para instruir a todo el alumnado en la resolución de conflictos y generar un buen clima de convivencia son herramientas útiles para la prevención del acoso. Sin embargo, cuando ya se ha producido la situación de acoso, es imprescindible la actuación con todos los afectados (víctima, agresor y compañeros), incluyendo a las familias de los alumnos afectados y al profesorado del centro. A pesar de que la intervención global es lo ideal, lo más práctico es la intervención psicológica con el menor que sufre el acoso y con sus familiares, con el fin de recuperar la autoestima del menor, la adquisición de habilidades sociales, la educación emocional y la resolución de conflictos, así como favorecer la comunicación y asertividad.

Ante la mínima sospecha de acoso es fundamental que los padres soliciten la colaboración de los profesores para poner en marcha el protocolo de intervención. La búsqueda de ayuda externa resulta necesaria para valorar y prevenir las consecuencias emocionales derivadas. Una intervención a tiempo logrará establecer la estabilidad, tanto dentro como fuera del colegio.