En las nuevas elecciones municipales de este año 2019, volveremos a escuchar y ver algunas constantes que se repiten en todas. Desde las primeras de la transición en 1979, hace ahora cuarenta años.

En las listas y candidaturas presentadas veremos excelentes candidatos/as, tanto para alcaldía o concejalías, que no lograrán votos suficientes para ejercer la función. Personas con acreditada formación y contrastada experiencia, tanto en la empresa privada como en la función pública que no resultarán elegidas. Y que, además, no necesitan vivir de la política.

Y, por el contrario, veremos cómo gente que con años suficientes para tener una formación no se han preocupado de obtenerla. Gente sin nivel intelectual mínimo, a los que no se les conoce oficio o beneficio. Gente que alcanzará una concejalía o alcaldía por estar situado en un determinado lugar en la lista. Ejemplos hay en todos los partidos.

Si hace 200 años para ostentar un cargo público había que saber leer y escribir, qué menos que ahora fuese también condición mínima una formación y una contrastada experiencia para ostentar un cargo público, y más de gestión.

Escuchamos conversaciones como las siguientes: el mejor candidato/a es fulano o fulanita pero no voy a votar a este partido. O «votaré a la lista de tal partido aunque considero que tal integrante no se merece ser concejal y menos alcalde; lo tacharía». «Me parece que el/la mejor alcaldable es... pero yo a ese partido no lo voto».

El ciudadano debe tener el poder de tachar a quien estime conveniente. De elegir, directamente, bien tachando en la lista o escogiendo una papeleta a quien considere más adecuado para ostentar un cargo público en su municipio.

Nos parece muy bien que el alcalde sea elegido por los concejales elegidos en listas cerradas y bloqueadas, cuando es de nuestra cuerda o afín a nuestra ideología. Pero no cuando es de otra; entonces es un tripartito de perdedores, frente popular, trifachito, etcétera, etcétera.

Hay multitud de fórmulas para que un alcalde elegido directamente por la ciudadanía conviva y comparta, y pacte con el pleno municipal, con el resto de concejales y tengan ambos prerrogativas y capacidades. (Para pactos, algunos que hemos visto y veremos simplemente «incalificables»).

Tras las elecciones, veremos pactos que nos escandalizarán cuando los hacen los «otros», pero vemos adecuados para el bien ciudadano cuando los hacen los «nuestros». Nos podemos preguntar, si es lógico y correcto que algún candidato con menos de la cuarta parte de los votos sea alcalde por encima de otro que supera el tercio de los votos útiles; parece que no, cuando nos preguntan.

Sería más transparente, y a la par que democrático, que el alcalde y los concejales sean elegidos directamente por la ciudadanía. Bien eligiendo una papeleta o tachando en una lista. Que las listas sean abiertas. Debería ser cambiada la actual ley electoral por algo que está inventado en otros países «más avanzados».

También volveremos a ver mociones de censura que nos parecen adecuadas cuando beneficia a nuestro partido, pero las consideraremos antidemocráticas cuando benefician a otro partido. Veremos, como ha ocurrido en otras ocasiones, mociones de censura a alcaldes que no se han plegado a «chanchullos urbanísticos» o víctimas de acuerdos vergonzantes y oscurantistas.

En consecuencia, para que la ciudadanía elija, de verdad, a sus representantes en los ayuntamientos, para evitar pactos oscurantistas o espurios el alcalde/alcaldesa y el resto de ediles debe elegirlos directamente la ciudadanía con su voto libre, directo y secreto, optando por una papeleta o tachando en la lista. Es, obviamente y dicho ingenuamente, lo más democrático.